Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es9.170**) Yo, pues, al día siguiente pensaba continuamente en la mala noche que tendría que pasar y, al llegar la hora, no me determinaba a irme a acostar. Y así estuve en mi mesa de trabajo hojeando libros hasta medianoche. Me llenaba de terror la idea de tener que contemplar todavía nuevos espectáculos espantosos. Al fin, haciéndome violencia, me acosté. Y continuó así la narración: Para no dormirme tan pronto, y por temor a que la imaginación me enfrascara en los sueños acostumbrados, dispuse la almohada de tal forma que estaba en el lecho casi sentado. Pero pronto, como estaba cansado, me dormí sin darme cuenta. Y he aquí que de improviso vi en la habitación, junto a la cama, al hombre de la noche anterior (llamado por él varias veces el hombre del bonete, o del gorro), el cual me dijo: -íLevántate y ven conmigo! Yo le contesté: -Te lo pido por caridad. Déjame tranquilo, estoy cansado. íMira! Hace varios días que sufro de dolor de muelas. Déjame descansar. He tenido unos sueños espantosos y estoy verdaderamente agotado. Y decía esto porque la aparición de este hombre es siempre indicio de grandes agitaciones, de cansancio y de terror. El me respondió: -íLevántate, que no hay tiempo que perder! Entonces me levanté y le seguí. Mientras caminábamos le pregunté: ->>Adónde quieres llevarme ahora? -Ven y verás. Y me condujo a un lugar donde se extendía una amplia llanura. Dirigí la mirada a mi alrededor, pero aquella región era tan grande que no se distinguían los confines de la misma. Era un verdadero desierto. No se veía alma viviente. Ni una planta, ni un riachuelo; la yerba seca y amarillenta ofrecía un aspecto de tristeza. No sabía dónde me encontraba, ni qué iba a hacer. Durante unos instantes no vi a mi guía. Temí haberme perdido. No estaban conmigo ni don Miguel Rúa, ni don Juan B. Francesia, ni ningún otro. Cuando he aquí que divisé al amigo que salía a mi encuentro. Respiré y le dije: ->>Dónde estoy? ((**It9.168**)) -Ven conmigo y lo verás. -Bien; iré contigo. Iba él delante y yo le seguía sin chistar. Después de un largo y triste viaje, pensando don Bosco que tenía que atravesar tan dilatada llanura se decía para sí: -íAy mis pobres muelas! íPobre de mí, con las piernas tan hinchadas...! Pero de pronto se abrió ante mí un camino. Entonces interrumpí el silencio y pregunté al guía: ->>Adónde, debemos ir ahora? -Por aquí, respondió. Y tomamos aquel camino. Era hermoso, ancho, espacioso y bien pavimentado (Via peccantium complanata lapidibus, et in fine illorum inferi, et et poenae, Eclesiástico XXI, 10) (El camino de los pecadores está bien enlosado, pero a su término está la fosa del seol). A un lado y otro de las orillas del foso flanqueaban dos magníficos setos verdes, cubiertos de lindas flores. En especial despuntaban las rosas, (**Es9.170**))
<Anterior: 9. 169><Siguiente: 9. 171>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com