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((**Es8.882**) en sí mismo un mundo más admirable que el que lo rodea, debe estar totalmente ordenado, no sólo en las potencias del cuerpo sino también en las del alma? >>Y en dónde encontrará la regla y la Ley que debe ordenarlo en la mente y en el corazón si no es en su Creador? Ciertamente el hombre necesita, en primer lugar, conocer a su Dios, conocer sus perfecciones, sus obras y sus leyes. Necesita adorar a Dios, agradecerle, suplicarle y tenerle propicio y aplacar su cólera. ((**It8.1042**)) Ahora bien, aunque el hombre pueda hacer todo esto en cualquier lugar donde se encuentre, no es menos verdad que dificilmente lo hace cuando no está dentro de la casa de Dios, y que solamente en la casa de Dios es donde él aprende debidamente todo lo concerniente a la religión, forma su corazón en un vivo sentimiento religioso y recibe el principal impulso para los ejercicios de la vida devota. Y finalmente sólo en la casa de Dios mora nuestro divino Redentor bajo las especies eucarísticas; y sólo aquí cumple el acto en el que está la esencia de la religión, que es el sacrificio de su cuerpo y de su sangre, y solamente aquí El nos da este cuerpo adorable y esta su preciosísima sangre como alimento y bebida para nuestra alma. Las iglesias, por tanto, son necesarias para aprender y practicar en ellas la religión. Y así como la religión, para poder informar toda nuestra vida, ha de ser practicada con la mayor frecuencia posible, así es necesario que los edificios consagrados a Dios estén cerca de nuestra casa, para poder ir allí fácilmente; lo cual no puede obtenerse sin multiplicar las iglesias. El trabajo humano crece cada día más y la gran masa de ciudadanos se ve envuelta como en un torbellino de negocios y con tal agitación diaria que no sabe encontrar más que un poco de tiempo para las necesidades del alma. En consecuencia la mayor parte de los habitantes de una ciudad, en donde no pueda satisfacer fácilmente las exigencias de la religión, es decir, cuando no hay una iglesia a pocos pasos de su casa, vivirá como si su existencia no fuese nada más que materia, y todo tuviese que terminar en la tumba. De donde la necesidad de habitar como en medio de las iglesias para poder vivir una vida que sea en verdad una preparación para el cielo, fue siempre sentida por los cristianos: por eso apenas el gran Constantino colocó la cruz en la punta de su diadema y dio licencia para levantar templos al verdadero Dios en todo el imperio romano inmediatamente viéronse surgir por todas partes millares de iglesias católicas, y toda Europa por ciudades y pueblos se fue embelleciendo con una multitud sin fin de sagrados edificios con inmenso progreso para las artes e industria, yendo todos a porfía para tener un gran número de iglesias y más espléndidas y ricas que las de los demás. Nuestra ciudad de Turín no anduvo ajena a ese movimiento religioso; sino que, habiendo recibido muy pronto dentro de sí la luz divina de la fe católica, rápidamente demostró la necesidad que le impelía a alimentar su fe en la santa casa de Dios, y levantó iglesias al divino Salvador, a María Santísima, a los Santos mártires de Turín, a los Santos Pedro y Pablo, a San Esteban, San Lorenzo, Santa Inés y San Silvestre, de modo que a todos los turineses, en cualquier parte de la Ciudad que morasen, les resultaba fácil acudir al lugar sagrado, para santificar el alma y levantarla hacia el cielo. Todas estas iglesias ya existían en tiempos de San Máximo ((**It8.1043**)) nuestro Obispo, y uno de los más célebres padres de la Iglesia; y sin embargo, exhortaba él a nuestros abuelos a fabricar otras nuevas: y habiendo respondido algunos turineses a su invitación, y edificado una nueva basílica, él, al consagrarla, ensalzó públicamente su generosidad proponiéndola como ejemplo a imitarse. Este fue el medio, queridos hermanos, por el que Turín se convirtió en una ciudad tan (**Es8.882**))
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