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((**Es8.790**) a no prestar oídos a los malos consejos, y a estar siempre dispuestos, a sacrificar no solamente el honor y los placeres, sino la misma vida, antes que cometer un pecado. Y guardémonos también nosotros de dar malos consejos: jamás, nunca jamás nos hagamos reos de tan grave pecado ante los ojos de Dios. El día 6 de septiembre charlaban algunos salesianos, después de cenar, con don Bosco sobre dos clérigos muy inteligentes, que habían salido del Oratorio y habían colgado la sotana: -Yo, díjoles don Bosco, he puesto ante ellos toda su vida, que podía ser feliz, diciéndoles: si hacéis lo que yo os aconsejo, caminaréis seguros; si no, os equivocáis. Uno de ellos se marchó por glotón: nunca estaba contento de la comida que se le daba. ((**It8.931**)) El clérigo Félix Alessio le interrumpió diciendo: -Hubiera sido ahora una gloria para el Oratorio, si se hubieran quedado aquí con nosotros estos dos doctores en letras. Y replicó don Bosco: -La gloria del Oratorio no debe consistir solamente en la ciencia, sino, de un modo especial, en la piedad. Uno de ingenio mediocre, pero humilde y virtuoso, hace mayor bien y más grandes cosas que un docto soberbio; no es la ciencia la que hace santos, sino la virtud. Le dije a uno de aquellos imprudentes: si quieres ir adelante, haz tu confesión general: deja esa soberbia... Este tipo de expresiones le era familiar: en toda ocasión recomendaba a sus súbditos ser humildes. Y aquella noche decía a la Comunidad: Cuenta Bartoli la habilidad demostrada por un muchacho cristiano japonés para defender la medalla de la Virgen, que con gran devoción llevaba descubierta sobre el pecho. En aquel país, tropas mandadas por mandarines iban por todas partes, y si veían estampas, medallas u otros objetos religiosos, ordenaban destruirlos y despreciarlos. Nuestro muchacho se encontró con un esbírro que, al ver la medalla, alargó diestramente las manos para arrancársela: pero el muchacho, que no tenía más que doce años, con más habilidad que él agarró entre sus manos el objeto tan precioso para él. Hubo una lucha entre el esbirro y el muchacho: aquél para hacerse con la medalla y el muchacho para defenderla. Viendo el esbirro que no lograba atrapársela le dijo: -Si no me la das, te quitaré la gorra. -Tómala, si quieres, respondió el muchacho. -Te quito también el vestido. ->>A mí qué me importa? Y le arrojó el vestido que el otro le arrancaba de encima, mientras pasaba diestramente la medalla de una mano a otra. De un salto se distanció un poco. El esbirro le siguió gritando: -íTe quitaré todo lo que llevas! (**Es8.790**))
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