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((**Es8.774**) convertirse en un pesado aunque dulce trabajo para don Bosco. Era admirable su dedicación a oír las confesiones de sus hijos espirituales. Las tandas de ejercicios, debido al número de socios y para la comodidad de todos, sucedíanse unas a otras y duraban meses durante las vacaciones otoñales; y recibía en audiencia a quien quería exponerle las propias necesidades; durante aquellos días se celebraban largas e importantes conferencias con los Superiores de las diversas Casas sobre distintos asuntos, que eran presididas por el Siervo de Dios. Ahora bien, después de haber pasado cuatro o cinco horas, cansando su mente con la solución de dudas y dando graves disposiciones, cuando los demás reunidos iban a tomar un poco de descanso, él iba a confesar, y lo mismo que había hecho por la mañana, se estaba otras tantas horas de la tarde con una constancia que no podía ser más que el efecto de una fe viva. Y no ahorraba fatigas, ni cuando no andaba bien de salud, y mucho menos en la convalecencia de algunas enfermedades y ni siquiera cuando era víctima de la fiebre. Durante el tiempo que estamos narrando, aún podía don Bosco bajar al recreo con sus clérigos y sacerdotes. Sucedió un día, después de comer, que estaba él sentado sobre la hierba del jardín ((**It8.911**)), a la sombra de espeso boj, rodeado de siete u ocho salesianos, cuando, de repente, cortó la conversación y mirando alrededor dijo: -Uno de los sacerdotes aquí presentes será Obispo. La atención de todos se dirigió a don Juan Bautista Francesia y a don Juan Cagliero, el cual, poco después se levantó, saludó a don Bosco y se alejó de la reunión. Con estas alusiones intentaba don Bosco animar a sus hijos a perseverar en la Pía Sociedad, dándoles a entrever sus gloriosos destinos. Se cerraron los ejercicios el 10 de agosto con la profesión trienal del sacerdote don Nicolás Cibrario y del clérigo José Monateri; y la perpetua del clérigo José Daghero. Fueron también aceptados algunos que pedían ser novicios. Después del solemne Tedéum, volvió el Venerable a Turín y don Juan Cagliero partió para Castelnuovo, donde había irrumpido el cólera. La terrible enfermedad segaba cada día muchas víctimas y el espanto hacía difícil encontrar quien cuidase de los enfermos. Apenas tuvo don Bosco noticia, pensó enviar a uno de sus sacerdotes para ayudar al párroco y al coadjutor, cuando he aquí que don Juan Cagliero se le presentó voluntariamente. <(**Es8.774**))
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