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((**Es8.730**) nuevas aclaraciones! He hecho mal dejándome perder tan buena ocasión. íPodría haber aprendido tantas cosas hermosas! E inmediatamente volví atrás con la misma rapidez con que había venido, temeroso de no encontrar ya a Monseñor. Penetré, pues, de nuevo en aquel palacio y en el mismo salón. Pero, íqué cambio se había operado en tan breves instantes! El Obispo, palidísimo como la cera, estaba tendido sobre el lecho; parecía un cadáver; a los ojos le asomaban las últimas lágrimas; estaba agonizando. Sólo por un ligero movimiento del pecho, agitado por los postreros estertores, se comprendía que aún tenía vida. Yo me acerqué a él afanosamente: -Monseñor, >>qué os ha sucedido? -Dejadme, dijo dando un suspiro. -Monseñor, tendría aún muchas cosas que preguntaros. -Dejadme solo; sufro mucho. ->>En qué puedo aliviaros? -Rezad y dejadme ir. ((**It8.858**))->>Adónd e? -Adonde la mano omnipotente de Dios me conduce. -Pero, Monseñor, os lo suplico, decidme adónde. -Sufro mucho; dejadme. -Decidme al menos qué puedo hacer en vuestro favor, repetía yo. -Rezad. -Una palabra nada más: >>tenéis algún encargo que hacerme para el mundo? >>No tenéis nada que decir a vuestro sucesor? -Id al actual Obispo de... y decidle de mi parte esto y esto. Las cosas que me dijo no os interesan a vosotros, mis queridos jóvenes, por tanto las omitiremos. El Prelado prosiguió diciendo: -Decidle también a tales y tales personas, éstas y estas otras cosas en secreto. Don Bosco calló también estos encargos: pero tanto éstos como los primeros parece que se referían a avisos y remedios para ciertas necesidades de aquella diócesis. ->>Nada más?, continué yo. -Decid a vuestros muchachos que siempre los he querido mucho; que mientras viví, siempre recé por ellos y que también ahora me acuerdo de ellos. Que rueguen ahora por mí. -Tened la seguridad de que se lo diré y de que comenzaremos inmediatamente a aplicar sufragios. Pero, apenas os encontréis en el Paraíso, acordaos de nosotros. El aspecto del Prelado denotaba entretanto un mayor sufrimiento. Daba pena contemplarlo; sufría muchísimo, su agonía era verdaderamente angustiosa. -Dejadme, me volvió a decir; dejadme que vaya adonde el Señor me llama. -íMonseñor!... íMonseñor!..., repetía yo lleno de indecible compasión. -íDejadme!... íDejadme!... Parecía que iba a expirar mientras una fuerza invisible se lo llevaba de allí a las habitaciones más interiores, hasta que desapareció de mi vista. Yo, ante una escena tan dolorosa, asustado y conmovido, me volví para retirarme, pero habiendo tropezado por aquellas salas con la rodilla en algún objeto, me desperté y me encontré en mi habitación y en el lecho. Como veis, queridos jóvenes, éste es un sueño como los demás, y en lo relacionado con vosotros no necesita explicación, para que todos lo entendáis. (**Es8.730**))
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