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((**Es8.72**) los de las provincias donde habían desaparecido los príncipes, los designaría el Papa directamente, haciendo conocer al Rey sus nombres antes de preconizarlos; los obispos ausentes podrían volver, excepto algunos por circunstancias especiales personales o locales; se conservarían intactos los bienes eclesiásticos. Roma no se mostró disconforme con la reforma de algunas circunscripciones diocesanas; pero no admitió el exequatur para las Bulas Pontificias y el juramento. El enviado del Gobierno de Italia reconoció que la Iglesia estaba en su derecho, cuando, por formalidades ahora desusadas, no quería implicarse en una cuestión que comprometiese sus principios políticos y económicos. Vegezzi lo había reconocido con tanta lealtad que el corazón del Santo Padre abrigó la esperanza de poder finalmente proveer de alguna manera a buena parte de su amada grey. ((**It8.69**)) Pero, apenas hubo conocimiento público de la carta escrita por el Sumo Pontífice al rey Víctor Manuel y se vislumbró que éste le había manifestado su propensión a secundar sus deseos, la secta se conmocionó. Hasta en el Parlamento hubo, el 25 de abril, algunos diputados de mala fe y desleales, que echaron en cara al Gobierno la misión encomendada a Vegezzi, acusándolo de pactar con el Pontífice y sosteniendo que las diócesis vacantes no producían daño alguno. Al mismo tiempo el periodismo sectario se alzaba furiosamente y amenazador para impedir que siguieran las negociaciones. También las logias masónicas se convocaban y tomaban decisiones contra cualquier acuerdo con la Santa Sede. Por todas las ciudades de Italia se reunían asambleas tumultuosas, en plazas, tabernas y teatros para protestar contra tal iniciativa, entre horrendas blasfemias e impiedades inauditas. Con estas demostraciones mantenían en alto los sectarios el arma de la llamada opinión pública, que necesitaban para obstaculizar con éxito los deseos del Santo Padre e impedir los efectos de las buenas disposiciones del Rey. De este modo, mientras parecía inminente un acuerdo con el Papa, aparecían profundas y notorias disensiones entre los ministros que obstaculizaban reciamente y de diversos modos los designios de Vegezzi. Los moderados se conformaban con una simple formalidad de registro acerca del exequatur; cedían a que los obispos exiliados volvieran incondicionalmente; no insistían sobre la disminución de las diócesis. Por el contrario, el ministro Vacca, guardasellos, no cesaba de poner trabas a sus colegas hasta hacerse insoportable. Vegezzi había notificado al Gobierno Real los preliminares de(**Es8.72**))
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