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((**Es8.648**) narrando que el mismo Apóstol se dirigió a casa de una tal María, y que había allí una muchacha llamada Rosa, la cual, grandemente sorprendida al ver a san Pedro que sabía estaba preso en la cárcel, sin abrir la puerta, corrió a comunicárselo a sus dueños, quienes no querían creerla, mientras continuaba san Pedro golpeando la puerta y anunciándose como quien era, hasta que todos, cerciorados de la verdad, le recibieron en casa y supieron por él el prodigio obrado por el Angel. En la página 132 se da como cierto que Tiberio, habiendo pensado colocar a Jesucristo entre los dioses de los Romanos interpeló la autoridad del Senado, el cual rechazó la proposición. En la página 152 se afirma que san Pedro resucitó un muerto sobre el que antes había intentado inútilmente Simón Mago obrar el pedido prodigio. En la página 157 se presenta como hecho cierto el vuelo y la caída del mismo ((**It8.763**)) Simón Mago, con circunstancias especiosas no comprobadas por los críticos, como se pretende hacer creer. En la página 164 se da como hecho, igualmente cierto, que san Pedro, a instancias de los fieles, había decidido salvarse de la persecución suscitada en Roma contra los cristianos, pero que, apenas salió de la ciudad, cambió de parecer para obedecer la voz del Redentor, que se le apareció en el camino. A más de lo observado, conviene resaltar en dicho libro algunas proposiciones no exactas con la historia evangélica o con las doctrinas teológicas. Es verdaderamente defecto de inexactitud, con respecto a la historia evangélica, lo que se dice en la página 17, donde se hace creer que los Apóstoles se dedicaban al ministerio de la predicación mientras convivían con el Salvador aquí en la tierra, esto es, antes de haber escuchado la solemne misión con aquellas palabras euntes docete (id y enseñad) y de haber recibido el Divino Espíritu. Con mayor precisión habla a este propósito el mismo autor en la página 69 en la que, olvidando, tal vez, cuanto había escrito antes, afirma que, después de la bajada del Espíritu Santo, fue cuando san Pedro, lleno de santo ardor empezó a predicar por vez primera a Jesucristo. No está tampoco conforme con las doctrinas teológicas, cuando dice en la página 217 que la violación de cualquier mandato divino es la transgresión de un artículo de fe. De lo que se deduciría que peca siempre contra la fe quien peca contra un precepto divino. He aquí las palabras con las que se expresa nuestro autor: Nuestra fe debe ser total, esto es, debe abrazar todos los artículos de nuestra religión. Todas las verdades de fe son reveladas por Dios; por tanto, el que niega un artículo de fe, niega creer a Dios mismo. Por eso, quien dice amar al prójimo y mientras tanto pronuncia el nombre de Dios en vano; el que honra a sus padres mientras roba a los demás; o se entrega a la deshonestidad; desprecia los Sacramentos o al Vicario de Jesucristo, este tal, digo, viola un artículo de fe que lo hace culpable de todos los demás. Otro lugar digno de especialísima mención se encuentra en la página 192, acerca de la venida de san Pedro a Roma. Si bien el escritor no ponga duda alguna sobre este punto, antes bien aduzca no pocos argumentos para probarlo, sentencia de este modo sobre la naturaleza y el carácter del hecho en sí mismo: <>. Ahora bien, el sostener que la venida de san Pedro a Roma no sea un punto dogmático o religioso, en el sentido de que excluya toda relación con el tema dogmático (**Es8.648**))
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