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((**Es8.596**) mucho tener que partir mañana... íy además está don Bosco tan cansado! Don Bosco entonces dijo al Conde: -Siento darle nuevas molestias un día más; pero estoy contento de poder pasar todavía algún tiempo más con usted. Volvió a entrar el Venerable en la sala, y apenas se supo que no se marcharía al día siguiente, enloquecieron todos de alegría. Saltaban, reían, gritaban viva don Bosco, le rodeaban y parecían hijos que hacía mucho tiempo no habían visto a su padre. Al día siguiente fue el Venerable a comer con la familia Vitelleschi, porque quería darles una prueba más de su reconocimiento. Estaba por la tarde entretenido con sus huéspedes, cuando anunciaron la llegada del cardenal Príncipe Altieri. De acuerdo con las costumbres principescas, el criado pronunció tres veces su nombre y a la tercera apareció en la sala Su Eminencia. Don Bosco, que, por sus muchísimas ocupaciones, no había encontrado tiempo para visitar al ilustre purpurado, el cual lo deseaba vivamente, se acercó a él un poco confundido y le saludó. Su Eminencia respondió con un altivo y seco buenos días. Y nada más. La conversación fue breve; no dirigió a don Bosco una mirada, ni un cumplido, ni una palabra. Cuando salió el Cardenal, la familia Vitelleschi, y principalmente el Arzobispo, no sabían explicarse el proceder del Cardenal: ->>Qué habrá pasado? íPobre don Bosco! >>Y cómo hacer ahora para saber en qué ocasión habrá sido ofendido el Príncipe? >>Qué se podría hacer para calmarle y ganarse de nuevo su amistad? Así hablaban, porque el Cardenal no era hombre que se doblegase fácilmente. ((**It8.702**)) Pero don Bosco, con calma y tranquilidad, replicó: -No tiene ninguna importancia: déjenme hacer a mí: mañana iré a visitarle, y todo quedará arreglado. Y al día siguiente por la mañana, día 26, don Bosco, con su acostumbrada franqueza, fue a ver al cardenal Altieri como si nada hubiera pasado, y, lo primero, le presentó quinientos boletos para la tómbola. El Príncipe sonrió, pagó los boletos y le regaló encima quinientas liras para sus muchachos. Mientras tanto su cuñada, la Princesa, apenas se enteró de que don Bosco estaba en casa, corrió exclamando: -íDon Bosco! íDon Bosco! Y se arrojó a sus pies. -íHacía cuatro meses, añadió, que deseaba hablar con usted! Sucediéronse las más cordiales atenciones y cuando el Venerable (**Es8.596**))
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