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((**Es8.575**) Y el 16 de febrero: Hoy, por fin, me ha llegado su muy apreciada carta, que ha cubierto el deseado recreo de después de comer. La hemos leído con avídez, yo, mi secretario, el maestro y el ecónomo de san Roque, confesor de los alumnos... Hemos admirado al que se muestra mirabilis in sanctis suis (admirable en sus santos); y el secretario se ha llevado la carta para poder dar mañana un buen alimento espiritual a nuestros muchachos, tan deseosos como los del Oratorio de volver a ver a don Bosco, pero quizá en vano... Por lo que se oye, no me tocará a mí consagrar la nueva iglesia, ya que está nombrado, según se dice, el Arzobispo de Turín. íPaciencia! Tengo más alegría de que se provea esa pobre diócesis, que no la de hacer la función. >>Cuándo será la inauguración? Por lo que oigo, la Providencia sigue proveyendo. Muy bien, muy bien. Mientras tanto continuaban llegando a Turín cartas de Roma, las cuales se leían a los muchachos del Oratorio y se enviaba copia a Mirabello y a Lanzo. Oían todos el nombre del conde Vimercati con gratitud, por lo que hacía con su amado Padre. Por eso, el prefecto, don Miguel Rúa, quiso que se le enviara una carta colectiva de los Oratorios y Colegios Salesianos como homenaje al Conde. Y la mandó a don Juan Bautista Francesia para que se la presentase, juntamente con algunos libros, al generoso bienhechor. Decía la carta: Excelencia: Los que suscriben, movidos por la más tierna gratitud a la bondad de V. E., humildemente presentamos esta pequeñísima prueba de nuestro afecto y reconocimiento. Somos los hijos de la divina Providencia, recogidos por los desvelos de don Juan Bosco en el Oratorio de San Francisco de Sales. Vimos partir a nuestro tierno padre, hacia la ciudad de Roma; con lágrimas ((**It8.677**)) en los ojos y angustia en el corazón, rogábamos a los ángeles de la divina Providencia que le guiasen en su camino y le abriesen un techo paterno en la ciudad donde tuviera su demora; y sus ángeles custodios oyeron nuestra plegaria. íQué propicios nos fueron al encomendarlo a la caridad del señor Conde! >>Adónde mejor podían haberle guiado que a V. E., quien, tendiéndole su benéfica mano, le ofrecía tan generosa hospitalidad, prodigando a nuestro tierno padre, y a su amado compañero el sacerdote Francesia, las más delicadas atenciones? íOh, cómo quisiéramos, Excelencia, testimoniarle con las muestras más sensibles la afectuosa gratitud que por V. E. sentimos! íQué felices seríamos si fuésemos capaces de pagarle con la misma moneda! Pero >>qué podemos hacer nosotros, pobrecitos, que continuamente necesitamos del socorro de los demás? Pues bien, aunque pobres, algo podemos. Nos queda un medio: la oración. Con ella esperamos obtener del que es Omnipotente, lo que no nos es dado conseguir con nuestra pobreza y debilidad. Pero íay! Usted no necesita de nuestras pobres oraciones. Los gestos de generosa caridad, que prodigó a nuestro amado Padre, hablan más elocuentemente ante el Señor que cualquiera de nuestras peticiones. No obstante, nos anima la esperanza de que el Señor no desdeñará nuestras plegarias. Sí, Excelencia; si la oración del pobre beneficiado, si el acento de la sencillez pueden hallar acceso (**Es8.575**))
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