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((**Es8.498**) paisajes más amenos, y ahora veía una mísera cabaña de pastores, ahora un pantano, y los habitantes tristes de los más tristes lugares. A muy poca distancia de Roma nos encontramos con monseñor Manacorda y el caballero Marietti, que con mucho regocijo entraron en nuestro vagón y nos acompañaron hasta Roma. Aquí esperaban a don Bosco muchas personas, entre ellas las marquesas Villarios y Vitelleschi, triste ésta porque veía escapar de su casa a la persona que tanto había deseado tener. Estaba también con ellas toda la familia. Sucedió algo que nubló un poco nuestra alegría. Como no encontrábamos nuestros billetes, había que pagar el viaje completo. Mas, Por intervención de los señores Manacorda y Marietti, nos libramos pro tempore (por el momento) esperando hallarlos en la estación de los pasaportes, donde yo temía haberlos olvidado. Subí a una de las estupendas carrozas que nos esperaban. A mi lado se sentaba el conde Calderari. Don Bosco celebró la misa en la capilla privada del conde Vimercati y yo en San Pedro ad Vincula. Finalmente aparecieron los billetes del ferrocarril. En la casa había muchas personas esperando a don Bosco, pero no sé quiénes eran ni tuve tiempo para preguntarlo. Apenas llegó don Bosco a Roma, como si se tratara de un príncipe, se corrió la noticia por toda la ciudad; y las distinguidas familias romanas vinieron a visitarle. Pero la fama de taumaturgo le había precedido y muchos desgraciados le esperaban como al ángel de salvación. íCuánta fe, cuánta confianza en nuestro don Bosco! íYo no lo había visto nunca, ni esperaba verlo! Terminada la misa, he aquí que llegó la carroza del cardenal Cagiano, que estaba gravemente enfermo y deseaba recibir enseguida una visita de don Bosco. Ya en otra ocasión este eximio purpurado se había encomendado en su enfermedad a las oraciones de don Bosco, había sido curado y ahora, en la recaída, ponía toda su confianza solamente en él después de Dios. Don Bosco le visitó, le bendijo, y le animó a confiar en la Santísima Virgen. Y ahora, con júbilo de Roma entera, en la que ese Cardenal es verdaderamente venerado, ha empezado a mejorar y se espera que dentro de poco estará fuera de peligro. Don Bosco se prepara para ver al Papa. Por todas las esquinas de la Ciudad no se veían esta mañana más que los anuncios de la Historia de Italia por el sacerdote Juan Bosco. No nos faltaba más que esta sorpresa para conmover los ánimos... J. B. FRANCESIA, Pbro. P. S. -Rueguen por nuestro bienhechor el conde Vimercati, enfermo de cierta gravedad. Apenas puso los pies en casa de su huésped, fue don Bosco a la habitación del Conde, santa persona que sufría hacía mucho tiempo ((**It8.585**)) acerbos dolores y vértigos. Le encontró en cama en un estado que daba compasión, sin humana esperanza de curación y pocas de poderse levantar. Se animó mucho al ver a don Bosco, quien le bendijo y anunció que pronto se levantaría. Al anuncio respondió el Conde: -íMuy bien! Sólo cuando me levante de la cama, dejaré que don Bosco vuelva a Turín. Decía esto creyendo imposible todo alivio. Pero, después de dos (**Es8.498**))
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