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((**Es8.473**) Y mientras hablaba le miraba con ojos escrutadores y un tanto burlescos. -Pero, >>por qué me hace esta pregunta? -Por nada, solamente por saber cómo se encuentra ahora. -Me parece que bien; mas, verdaderamente, no acierto a comprender sus dudas. -Pues, mire; me parecía que su cara no tenía los colores de siempre... pero, si usted me asegura que está bien, quiere decir que no será nada. íBasta! Veremos. -Entonces >>usted sabe algo?, preguntó el sacerdote con creciente afán. ->>Qué quiere usted que yo sepa? íSon niñerías! Ahora que, ya se sabe: la muerte viene cuando menos se la espera... -Dígame: íexplíqueme el arcano de sus palabras! -No hay ningún arcano. íCuidese y que el Señor le bendiga! Quería el otro insistir, pero don Bosco le despidió, asegurándole ((**It8.556**)) que tenía mucho que hacer. Aquel pobrecito, desasosegado y no pudiendo sacar nada en limpio con sus replicadas instancias, salió pálido y tan aturdido que no daba con la puerta... Quería hacerse el descreído; y el Siervo de Dios le hizo tocar con la mano que él era más crédulo que los demás. Y nosotros veremos cómo don Bosco, aunque siempre en forma prudente, siguió dando estos avisos, a veces de un modo más maravilloso. Solamente en sus últimos años cesó, poco a poco, de hacer estas predicciones. No obstante, por ciertos indicios se puede deducir que él sabía el tiempo de la muerte de sus muchachos, aun cuando no lo anunciase, lo que en ocasiones parecía ser así por el modo como recibía la noticia de su defunción. (**Es8.473**))
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