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((**Es8.430**) con pérfidas artes y el espantoso castigo del padre mal aconsejado. En el apéndice se añade una oración para rezar en la presente calamidad de la Iglesia, y se recomienda el periódico: Museo de las Misiones Católicas, cuyo objeto es el de mantener vivo en Italia el celo por la propagación de la fe, y aumentar las limosnas para este santo fin. La obra es una gloria del Clero, porque los misioneros italianos eran más de dos mil, entre los que había unos cuarenta Obispos. Veía también la luz el Hombre de bien para 1867, almanaque agradable e instructivo por sus anécdotas y diálogos, uno especialmente de un zapatero remendón y una bota; dos cartas acerca de los libros prohibidos, poesías y un aviso muy importante a los suscriptores para alertarles y que no permitieran que el almanaque valdense, El amigo de casa, penetrara en sus familias. Pero la página preferida era la del prólogo, que recuerda la fiesta con que fueron recibidos los jóvenes del Oratorio que habían luchado contra Austria. El Hombre de bien a sus queridos lectores Os envío un tierno saludo, queridos amigos míos, con todo mi corazón porque sé que os habéis multiplicado. íDeo gratias! En medio de las muchas , y son las de un pobre viejo, me encuentro muy satisfecho sabiendo que soy apreciado por personas tan respetables como vosotros. Ya sabréis que este año las he pasado moradas con motivo de la gran guerra que hubo. Me hubiera gustado acompañar al ejército, como lo hice en el 59, pero mi avanzada edad no me lo permitió. Y si entonces perdí solamente la coleta, ahora hubiese podido perder hasta la cabeza; sin coleta podía y puedo pasar, pero sin cabeza no sé si aún habría podido vivir. Me quedé en casa y acompañé a mis hermanos e hijos con el corazón y con mis oraciones. Y, gracias a Dios, un día los vi tornar a todos, sanos y salvos. íCómo saltaban todos a mi cuello llenos de alegría! Yo los abracé con tierno afecto, como si hubieran vuelto de ((**It8.506**)) nuevo a la vida. Pero os debo confesar que, para obtener este querido resultado, me serví de un medio sencillísimo y seguro. Me había provisto de antemano de muchas medallas de María Santísima y las repartía a todos los que estaban a punto de partir para la guerra. Mi casa se convirtió aquellos días en un verdadero santuario, a donde todos van con la persuasión de llevarse lo que desean y piden al buen Dios. Tendría para mucho tiempo, si os narrase las gracias que se obtuvieron. Por éste y por muchos otros motivos, se ha hecho famoso el Hombre de bien. Entonces llegué a ser notus in Judea (conocido en Judea), como decía mi antiguo maestro que ya murió. Pero ahora mientras salgo a visitaros a todos vosotros, me encuentro con un tipo muy hocicón a vuestra puerta, como para impedirme la entrada; y íay de mí, ay de vosotros! si ese tipo consigue entrar en vuestras casas. Seguramente lo conocéis ya por su nombre, y no quiera Dios que lo lleguéis a conocer en persona íLibera nos Domine! (íLíbranos, Señor!). Es nada menos que el cólera que, no sé cómo, si en barco o por telégrafo, ya que hoy día se han inventado tantos caminos, entró en nuestros pueblos y comenzó a matar. Y también aquí a vuestro Hombre de bien le tocó hacer y hace de médico, y (**Es8.430**))
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