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((**Es8.26**) Entramos en una habitación y me acerqué al paciente, comencé a confesarlo, pero viendo que se iba debilitando poco a poco y temiendo que se muriese sin la absolución, corté por lo sano y se la di. Apenas lo hube hecho, el desgraciado murió. Su cadáver comenzó rápidamente a despedir mal olor. Hasta tal punto que era imposible soportarlo. Entonces dije que era necesario enterrarlo cuanto antes y pregunté por qué hedía de aquel modo. Me fue respondido: -El que muere tan pronto, pronto es juzgado. Salí de allí. Me sentía muy cansado y pedí que me dejasen descansar. Me aseguraron que inmediatamente sería complacido y me hicieron subir por una escalera que conducía a otra habitación. Al entrar en ella vi a dos jóvenes del Oratorio que hablaban entre sí; uno de ellos tenía un envoltorio. Les pregunté: ->>Qué tenéis ahí? >>Qué hacéis aquí? Me pidieron excusas por encontrarse en aquel lugar, pero no me respondieron a lo que les había preguntado. Yo les volví a decir: -Os he preguntado por qué os encontráis aquí. ((**It8.15**)) Ellos se miraron y después me dijeron que prestase atención. Seguidamente abrieron el envoltorio y sacaron de él, extendiéndolo, un paño fúnebre. Miré a mi alrededor y vi en un rincón, tendido y muerto, a un alumno del Oratorio. Pero no lo reconocí. Pregunté a los dos jóvenes quién era, pero se excusaron y no me lo quisieron decir. Me acerqué al cadáver; observé su rostro: por un lado me parecía conocerlo, y por otro no; así que no pude identificarlo. Decidido entonces a saber quién era a toda costa, bajé de nuevo la escalera y me encontré en el gran salón. La multitud de gente desconocida había desaparecido y en su lugar estaban los muchachos del Oratorio. Apenas me vieron éstos, se apiñaron a mi alrededor diciéndome: -Don Bosco, don Bosco, >>no sabe? Ha muerto un alumno del Oratorio. Yo les pregunté el nombre del difunto y ninguno quiso contestarme; los unos me mandaban a los otros, nadie quería hablar. Pregunté con mayor insistencia, pero se excusaban y no me lo querían decir. En tal estado de inquietud, después de haber fracasado en mi intento, me desperté encontrándome en mi lecho. El sueño había durado toda la noche, y por la mañana estaba tan cansado y maltrecho que en realidad parecía que había estado viajando toda la noche. Deseo que las cosas que os cuento no salgan del Oratorio; hablad de ellas entre vosotros cuanto queráis, pero queden siempre en casa. Al día siguiente, 17 de enero, don Bosco marchó por la mañana a Lanzo, atraído por el afecto paternal que profesaba a don Domingo Ruffino y a sus subalternos. Solía interesarse en esas visitas no sólo por los asuntos importantes de su misión espiritual, sino que también se informaba de las necesidades materiales de la casa, de cómo iban los estudios y la disciplina de los alumnos y las relaciones con las autoridades eclesiásticas y civiles. Bien puede decirse que todos recibían de él el impulso para trabajar. Quince días más tarde, escribía al mismo director desde Turín:(**Es8.26**))
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