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((**Es8.246**) Estábamos cansados y hambrientos, y en una amplia sala adornada toda de oro, había preparada para nosotros una gran mesa abastecida con los más exquisitos manjares, de los que cada uno pudo servirse a su placer. Mientras terminábamos de refocilarnos, entró en la sala un noble joven, ricamente vestido y de una hermosura singular, el cual, con afectuosa y familiar cortesía, nos saludó llamándonos a cada uno por nuestro nombre. Al vernos estupefactos y maravillados ante su belleza y las cosas que habíamos contemplado, nos dijo: -Esto no es nada; venid y veréis. Le seguimos, y desde los balcones de las galerías nos hizo contemplar los jardines, diciéndonos que éramos dueños de todos ellos, que los podíamos usar para nuestro recreo. Nos llevó después de sala en sala; cada una superaba a la anterior por la riqueza de su arquitectura, por sus columnas y decorado de toda clase. Abrió después una puerta que comunicaba con una capilla, y nos invitó a entrar. Por fuera parecía pequeña, pero apenas cruzamos el umbral comprobamos que era tan amplia que de un extremo a otro apenas si nos podíamos ver. El pavimento, los muros, las bóvedas estaban cubiertas con mármoles artísticamente trabajados, plata, oro y piedras preciosas; por lo que yo, profundamente maravillado, exclamé: -íEsto es una belleza de cielo! Me apunto para quedarme aquí para siempre. En medio de aquel gran templo, se levantaba sobre un rico basamento, una grande y magnífica estatua de María Auxiliadora. Llamé a muchos de los jóvenes que se habían dispersado por una y otra parte para contemplar la belleza de aquel sagrado edificio, y se concentraron todos ante la estatua de Nuestra Señora para darle gracías por tantos favores como nos había otorgado. Entonces me di cuenta de la enorme capacidad de aquella iglesia, pues todos aquellos millares de jóvenes parecían formar un pequeño grupo que ocupase el centro de la misma. Mientras contemplaban aquella estatua, cuyo rostro era de una hermosura verdaderamente celestial, la imagen pareció anirmarse de pronto y sonreír. Y he aquí que se levantó un murmullo entre los muchachos, apoderándose de sus corazones una emoción indecible. -íLa Virgen mueve los ojos!, exclamaron algunos. Y en efecto, María Santísima recorría con su maternal mirada aquel grupo de hijos. Seguidamente se oyó una nueva y general exclamación: -íLa Virgen mueve las manos! Y en efecto, abriendo lentamente los brazos, levantaba el manto como para acogernos a todos debajo de él. Lagrimas de emoción surcaban nuestras mejillas. -íLa Virgen mueve los labios!, dijeron algunos. Hízose un profundo silencio; la Virgen abrió la boca y con una voz argentina y suavísima, dijo: -Si vosotros sois para Mí hijos devotos, yo seré para vosotros una Madre piadosa. Al oír estas palabras, todos caímos de rodillas y entonamos el canto: Load a María. ((**It8.282**)) Se produjo una armonía tan fuerte y al mismo tiempo tan suave, que gratamente impresionado me desperté, y terminó así la visión. (**Es8.246**))
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