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((**Es8.245**) La mayor parte de aquellos infelices obedeció mis mandatos; pero algunos se negaron a secundarlos. Encontes yo, decididamente, me volví a los que habían sanado, los cuales, ante mis instancias, ((**It8.280**)) me siguieron sin titubear mientras los monstruos desaparecían. Apenas estuvimos en la embarcación, ésta, impulsada por el viento, atravesó aquel estrecho, saliendo por la parte opuesta a la que había entrado, lanzándose de nuevo a un mar sin límites. Nosotros, compadecidos del fin lastimoso y de la triste suerte de nuestros compañeros abandonados en aquel lugar, comenzamos a cantar: íLoad a María!, en acción de gracias a la Madre celestial, por habernos protegido hasta entonces; y al instante, como obedeciendo a un mandato de la Virgen, cesó la furia del viento y la nave comenzó a deslizarse con rapidez sobre las plácidas olas, con una suavidad imposible de describir. Parecía que avanzase al solo impulso que le daban los jóvenes al jugar echando el agua hacia atrás con la palma de la mano. He aquí que seguidamente apareció en el cielo un arco iris, más maravilloso y esplendente que una aurora boreal, al pasar bajo el cual leímos escrito con gruesos caracteres de luz, la palabra MEDOUM, sin entender su significado. A mí me pareció que cada letra era la inicial de estas palabras: Mater Et Dómina Omnis Universi Maria. (María es la madre y señora del universo entero.) Después de un largo trayecto, he aquí que apareció tierra en el horizonte; al acercarnos a ella, sentíamos renacer poco a poco en el corazón una alegría indecible. Aquella tierra amenísima, cubierta de bosques con toda clase de árboles, ofrecía el panorama más encantador que imaginarse puede, iluminada por la luz del sol naciente tras las colinas que la formaban. Era una luz que brillaba con inefable suavidad, semejante a la de un espléndido atardecer de estío, infundiendo en el ánimo una sensación de tranquilidad y de paz. Finalmente, dando contra las arenas de la playa y deslizándose sobre ella, la balsa se detuvo en un lugar seco al pie de una hermosísima viña. Bien se pudo decir de esta embarcación: Eam tu, Deus, pontem fecisti, quo a mundi flúctibus trajicientes ad tranquillum portum tuum deveniamus. (Tú, oh Dios, hiciste de ella un puente, por el que atravesando las aguas del mundo lleguemos a tu apacible puerto). Los muchachos estaban con deseos de penetrar en aquella viña y algunos, más curiosos que otros, de un salto se pusieron en la playa. Pero, apenas avanzaron unos pasos, al recordar la suerte desgraciada de los que quedaron fascinados por el islote que se levantaba en medio del mar borrascoso, volvieron apresuradamente a la balsa. Las miradas de todos se habían vuelto hacia mí y en la frente de cada uno se leía esta pregunta: -Don Bosco: >>es hora ya de que bajemos y nos paremos? Primero reflexioné un poco y después les dije: -íBajemos! Ha llegado el momento: ahora estamos seguros. Hubo un grito general de alegría; los muchachos, frotándose las manos de júbilo, entraron en la viña, en la cual reinaba el orden más perfecto. De las vides pendían racimos de uva semejantes a los de la tierra prometida y en los árboles había todas las clases de frutos que se pueden desear en la bella estación y todos de un sabor desconocido. En medio de aquella ((**It8.281**)) extensísima viña se elevaba un gran castillo rodeado de un delicioso y regio jardín y cercado de fuertes murallas. Nos dirigimos a aquel edificio para visitarlo y se nos permitió la entrada. (**Es8.245**))
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