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((**Es8.232**) Y volviéndose a don Bosco, que estaba escribiendo algo en su cuaderno de notas, en un rincón del coche, añadió. ->>No es verdad, señor abate, que estaría muy bien hacer eso? -A mí me parece que no, respondió el Siervo de Dios; >>conoce usted a don Bosco? -Un poco; >>no es verdad que la educación que da a sus ((**It8.264**)) muchachos no está de acuerdo con nuestras ideas? Prepara muchos jesuitas y nosotros no necesitamos tanto fraile. -Pero yo también, replicó don Bosco, he estado muchas veces en el Oratorio, he hablado con don Bosco, que se apoda a sí mismo jefe de los pilluelos, y he visto la instrucción que da: puedo asegurarle que no tiene más interés que el de hacer de aquellos pobres muchachos unos buenos cristianos y honrados ciudadanos. Insistía el otro: -Pero vivimos en otros tiempos; se pasó ya la edad media. En aquel momento llegaban a otra estación y todos aquellos señores se apearon. Pasaron seis o siete meses y se publicaron en Roma unas subastas para importantes construcciones. Aquel señor, que había hablado contra don Bosco, era ingeniero contratista y hubiese querido acudir a la subasta, pero le faltaban buenas recomendaciones. Se encontró un día en Turín con cierto marqués conocido suyo y le pidió ayuda. Este le dijo: -Vaya a ver a don Bosco, pídaselo en mi nombre y estoy seguro de que le recomendará al cardenal Antonelli. Pocos días después se presentó el ingeniero a don Bosco pidiéndole una carta de recomendación. -Enseguida se la doy, respondió don Bosco. Y en cuanto la hubo escrito se la entregó. Nuestro hombre dióle las gracias y preguntó si quería algo para Roma. El Siervo de Dios, le dijo sonriendo: -Mire, quisiera una cosa; cuando vea al Cardenal no le diga que habría que echar a don Bosco del Oratorio a puntapiés, y con él a sus muchachos, porque esto no estaría bien. Miró bien el ingeniero a don Bosco y reconoció en él al sacerdote ante el cual había hablado mal del Oratorio en el tren. Le pidió mil perdones, asegurándole que no hablaría nunca más mal de él ni del ((**It8.265**)) prójimo. Fue a Roma, consiguió las obras y ganó cien mil liras. En adelante fue un buen católico y guardó mucho agradecimiento al Siervo de Dios. Hemos sabido este hecho de labios del barón Bianco di Barbania. (**Es8.232**))
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