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((**Es7.687**) dónde comer, porque no había ni sillas, ni mesa. Nos arreglamos con dos caballetes sobre los cuales se colocó una puerta, y, así, se tuvo enseguida la mesa. No teníamos cocinero y encargamos al camarero Givone que preparara el rancho. Arroz y carne cocida en la misma olla fue nuestro menú durante aquellos días. Las ventanas no tenían cristales; más aún, algunas no tenían ni marco. La primera noche se taparon los huecos con toallas y mantas, sujetas con clavos al cerco. Así logramos defendernos contra la intemperie del mes de octubre. >>Pero faltaban camas: >>cómo hacer? El vicario Albert hospedó a los que pudo; los demás buscaron paja, y con ella arreglaron su yacija para alguna noche, hasta que llegaron las camas olvidadas en Turín por quien debía realizar la expedición. >>Mientras tanto, lo mismo don Domingo Ruffino que nosotros los clérigos, íbamos todos con un delantal ceñido a la cintura de un lado para otro preparando locales; uno barría, otro quitaba el polvo, éste ordenaba los bancos de las clases, aquél ayudaba a la cocina. >>El clérigo Guidazio, que había sido un buen carpintero antes de ingresar en la Congregación, hizo los marcos para algunas ventanas y ajustó las puertas. Varios de nosotros trabajamos en el huerto convertido en floresta, con lo que habían crecido los retoños, los espinos y las acacias; y lo roturamos en parte. >>Aumentaba la tarea la colocación de los muebles enviados por el Oratorio. Como ya había en el colegio algunos alumnos, resultaba difícil destinar alguno para asistirles y darles clase. Añádase que los muchachos de la población, incitados tal vez por alguien, nos eran contrarios; nos recibían a pedradas y molestaban el domingo nuestras funciones religiosas, con gritos y golpeando la puerta ((**It7.808**)) exterior de la iglesia. Hasta algunos internos nos tenían preocupados por haber sido expulsados de otros colegios.>> Este fue el inicio de un internado que, en pocos años, gracias a las nuevas construcciones hechas por don Bosco, debía contar más de doscientos alumnos. Entre tanto, el colegio, puesto bajo la protección de san Felipe Neri, estaba dispuesto para aceptar cincuenta alumnos y los maestros habían dado comienzo a las clases. Los internos eran pocos y muchísimos los de las escuelas municipales. Don Domingo Ruffino escribía a don Bosco: (**Es7.687**))
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