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((**Es7.673**) por nosotros en otro lugar, sobre la propiedad de las Lecturas Católicas, o también a ciertos avisos recibidos de las Autoridades Civiles. ((**It7.790**)) PROLOGO En el que hablando de zanahorias, patatas y coles, se cuentan en confianza a los lectores algunos sucesos del Hombre de bien. <>, dijo un sabio en nuestros días. Y dijo bien, excelentemente, estupendamente bien. Vosotros, queridos lectores, pensáis que el Hombre de bien, como es un ser que no hace mal a nadie, tampoco habla mal de ninguno y, quiere, mejor aún, busca el bien de todos, que se disfrute de una vida feliz en el mundo y que todos vayan a porfía en bendecir su propia existencia. Queridos lectores, dispensadme, pero estáis en un gravísimo error. Para convenceros, oíd la dolorosa historia que puso en peligro la supervivencia del aguinaldo del Hombre de bien. Era a fines del pasado diciembre, cuando estando el Hombre de bien acurrucado junto al fuego, con un par de enormes anteojos a caballo de la nariz, leyendo una antigua miscelánea del año mil dos y medio, oyó en el exterior una repetida llamada, como de un hombre con muchas prisas y sin ganas de esperar. El Hombre de bien dejó su cuento sobre la mesa y corrió a abrir. Era un viejo amigo que llegaba de la ciudad, donde había oído hablar mucho del almanaque del Hombre de bien, que es un buen hombre, como sabéis, que ama la tranquilidad y la paz por encima de todo. Las conversaciones oídas por el amigo eran muy diversas: unos alababan, otros criticaban, éstos despreciaban y aquéllos auguraban al pobre Hombre de bien la paz de los cementerios. -íCrueles! Sobre todo después de que el año pasado ya había advertido que nadie se permitiese ponerle mala cara, porque podía asustarse y morir de pena. Después que el buen viejito le hubo contado cuanto le habían dicho a propósito del Almanaque: -Mira, le dijo, cumplidos aparte, tú harías mejor dedicándote a plantar coles y sembrar zanahorias que no fabricando almanaques. Ganarías más y vivirías mas tranquilo. Era, como veis, un modo terrible y tremendamente claro de hablar. Estas palabras, sumadas a alguna otra observación, hirieron en lo más íntimo el corazón de nuestro Hombre de bien, el cual, tras un profundo respirón, que retumbó por toda la casa, desde el techo hasta lo sótanos, íay, dolor! decretó inexorablemente la muerte del almanaque. Como consecuencia de esto, y para seguir al pie de la letra el consejo del amigo el Hombre de bien se las arregló para adquirir un campito y dedicar en adelante su vida al cultivo de patatas y coles. Adiós, pues, almanaques, adiós aguinaldos. Si un afortunado accidente no hubiese mandado por los aires este proyecto, el mundo entero habría esperado en vano este año la aparición del Hombre de bien como almanaque; ((**It7.791**)) a lo más, habría podido recibir de él alguna patata o algún cardo bendito, pero saber por el Hombre de bien los días del mes, las fiestas del año, la salida (**Es7.673**))
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