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((**Es7.647**) precedidos de la banda. Se reunió una ingente muchedumbre y don Bosco, invitado por el Canónigo, pronunció un sermoncito y se impartió solemnemente la bendición con el Santísimo Sacramento. Caía ya el sol cuando don Bosco agradeció al canónigo Alimonda su hospitalidad y se despidió con los suyos, porque aún había que hacer dos buenas horas de camino entre colinas. Don Bosco montó un hermoso caballo blanco de don Domingo Pestarino y algún cantor, flojo de piernas, montó a horcajadas sobre un borrico. El canónigo Alimonda, no obstante, que deseaba ver de nuevo a don Bosco, alcanzó a don Juan Cagliero, que caminaba con los últimos, y subió hasta el Santuario de la Virgen de la Guardia de Gavi intentando encontrarse con él; pero ya no le vio. Determinó entonces desandar el camino y dijo a don Juan Cagliero: -íAh, he de ver todavía a ese hombre providencial! íSólo las montañas no se encuentran en este mundo! A media milla de Mornese se encontraron con muchos jovencitos del pueblo, vestidos de fiesta, que aguardaban a don Bosco. Era ya anochecido cuando don Bosco se apeó del caballo. Todo el pueblo salía a su encuentro precedido por el cura párroco, reverendo Valle, y don Domingo Pestarino, que se había adelantado a la comitiva. Repicaban las campanas, disparaban los morteretes sus salvas y había iluminación general. La gente salía de sus casas con luces y candelas encendidas. La banda lanzaba al aire sus armonías. Todos se arrodillaban al paso de don Bosco, le pedían la bendición y se santiguaban. Con él entraron en la parroquia: se dio la bendición con el Santísimo, ((**It7.760**)) se rezaron las oraciones de la noche, y, después de cenar, a descansar. Los muchachos se alojaron en los cobertizos de una casa de campo, arreglados dentro de un patio cerrado, que debían servirles de dormitorio, comedor y lugar de recreo. El sábado, 8 de octubre, don Bosco celebró la santa misa inmediatamente después del toque del Ave María. Todas las mañanas estaba la iglesia abarrotada como si fuese un día festivo. Los muchachos no pudieron acercársele, porque en cuanto entró en la sacristía, se vio rodeado de un gran grupo de hombres, y tuvo que estar confesando hasta después de las diez. Cuando terminó, don Domingo Pestarino le presentó un numeroso grupo de niñas y mozas del pueblo, conducidas a la piedad y asistidas por la Congregación de las Hijas de María Inmaculada. Ya hemos hablado anteriormente de esta institución, fundada por la maestra Maccagno. Ella estaba presente con sus compañeras más (**Es7.647**))
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