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((**Es7.619**) >>Era acaso como la nubecilla del Carmelo en tiempos de Elías? >>-Bien, ((**It7.727**)) le respondió don Bosco, déme la estola. >>Algunos de los muchos hombres, que estaban en la sacristía, le rodearon y le preguntaron: >>-Y si no llueve? >>-Es señal de que no lo merecemos, respondió don Bosco>>. Acabado el Magnificat, subió lentamente al púlpito, diciendo en su corazón a María: -No es mi honor el que peligra en este instante, sino el vuestro. Qué dirán los difamadores de vuestro nombre, cuando vean deshechas las esperanzas de estos cristianos que han hecho todo lo mejor para agradaros? Apareció don Bosco en el púlpito. Una densa muchedumbre, que ocupaba hasta los rincones de la iglesia, clavó los ojos en él. Rezó el Ave María y le pareció que la luz del sol se había oscurecido ligeramente. Comenzó el exordio, dijo las primeras frases y se oyó el prolongado rumor de un trueno. Un murmullo de alegría corrió por toda la iglesia. Don Bosco suspendió un instante la plática, víctima de la más viva conmoción. Se sucedían los truenos y una lluvia torrencial y persistente golpeaba contra las cristaleras. Imaginad las elocuentes palabras que salieron del corazón de don Bosco, mientras se desencadenaba la lluvia; fue un himno de acción de gracias a María y de alivio y alabanza para sus devotos. Y el auditorio lloraba. Después de la bendición, la gente se quedó todavía en la iglesia y bajo el gran atrio exterior, porque la lluvia seguía sin cesar. Todos reconocían el milagro. Pero en el pueblo de Grana cayó una granizada tan espantosa que arrasó las cosechas y, cosa digna de memoria, fuera de los límites de este ayuntamiento no cayó ni siquiera una piedrecita de granizo en ningún pueblo colindante. Nuevamente nos expusieron el hecho, unos meses después del suceso, el Vicepárroco reverendo Marchisio, y otros testigos. Don Bosco regresaba al Oratorio para asistir a los últimos momentos del clérigo José Morielli, de Prasco, joven de grandes virtudes y miembro de la Pía Sociedad. Moría el ((**It7.728**)) 21 de agosto a la edad de veinticuatro años: Siempre alegre y contento, había edificado a los compañeros con sus virtudes y admirado con la mortificación de sus sentidos y la práctica de la humildad. Sobresalía brillantemente en los estudios y le gustaba asistir a los aprendices. El primer síntoma de la enfermedad fue la pérdida de su tenaz memoria. (**Es7.619**))
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