Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es7.582**) que al enfermo que cambiara de médico a cada visita. Difícilmente podría éste conocer el mal que aqueja al enfermo, y dudaría, por lo tanto, al prescribir los remedios oportunos. Y, si por casualidad, este librito fuere leído por quien está destinado por la divina Providencia a la educación de la juventud, le recomendaría encarecidamente en el Señor tres cosas. Inculquen, en primer lugar, con celo la frecuente confesión, como apoyo de la inestable edad juvenil, brindando todos los medios que pueden facilitar la asiduidad a este sacramento. Insistan, en segundo lugar, en la gran utilidad de elegir un confesor estable, que no ha de cambiarse sin necesidad; pero haya, por otra parte, disponibilidad de confesores para que cada uno pueda elegir a quien le parezca más apropiado para el bien de su alma. Tengan siempre presente que quien cambia de confesor no obra mal, y que es mejor cambiarlo mil veces antes que callar un pecado. No dejen, en tercer término, de recordar frecuentemente el gran sigilo de la confesión. Digan explícitamente que el confesor está obligado por secreto natural, eclesiástico, divino y profesional, en virtud del cual, por ningún motivo, aun a costa de cualquier mal, hasta de la misma muerte, puede ((**It7.687**)) manifestar a nadie cosas oídas en confesión, o servirse de ellas; que ni siquiera puede pensar en las cosas conocidas en este sacramento; que el confesor no se sorprende ni disminuye afecto a nadie por graves que sean las cosas que oye en confesión y que, por el contrario, aumenta su afecto por el penitente. Así como el médico, cuando descubre toda la gravedad del mal, se alegra en su corazón porque puede aplicarle entonces el remedio oportuno, así también pasa con el confesor, médico de nuestra alma, que en nombre de Dios, al impartirnos la absolución, sana todas las llagas del alma. Estoy convencido de que, si se recomiendan y explican debidamente estas cosas, serán grandes los resultados morales que se obtendrán entre los jovencitos y se comprobará con los hechos qué elemento maravilloso de moralidad posee la religión católica en el sacramento de la penitencia. La vida de este admirable jovencito fue recibida con entusiasmo por los asociados a las Lecturas Católicas y al igual que las de Comollo, Savio, Magone, puesta en venta por poco dinero, fue arrebatada de las manos. Don Bosco se interesaba con toda su alma por los opúsculos dirigidos a la juventud. Escribió don Domingo Ruffino: <>. Mientras estaba don Bosco para concluir este su trabajo recibía dos circulares del Delegado Provincial de estudios. He aquí la primera. (**Es7.582**))
<Anterior: 7. 581><Siguiente: 7. 583>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com