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((**Es7.577**) de san Luis de todas las vanidades del mundo. Suplicadle, por tanto, que os libre de ellas y levante vuestro corazón hacia las cosas del cielo. Mirad, querría yo que hicierais como los pajaritos, cuando van a salir del nido. Comienzan por revolotear sobre el borde, luego agitan las alitas, intentan elevarse un poquito y van probando sus fuerzas. Así debéis obrar vosotros: agitar un poco las alas para volar hacia el cielo. No pretendo que subáis a la copa de un árbol y después os dejéis caer al suelo; empezad por cosas pequeñas y por las que son necesarias para la salvación eterna. Yo quiero que agitéis dos alas espirituales. Cuáles son? Una es ésta: quieres alas de fervor? / Sea la Virgen tu amor. / Un corazón fiel al cielo / te puede llevar hasta Ella... íCuántas veces habéis cantado esta estrofa! Pues bien, ésta es la primera ala. La otra es la devoción a Jesús Sacramentado. Con estas dos alas, es decir con estas dos devociones, María y Jesús Sacramentado, estad seguros de que no tardaréis en elevaros al cielo. Advertid que los pájaros, cuando emprenden el vuelo, no vuelan nunca hacia abajo sino hacia arriba. Así tenéis que hacer vosotros; guardaos de volar por la tierra con esas alas, esto es, cuidaos de no practicar estas dos devociones con fines mundanos, para alcanzar estima, para contentar a los superiores, para ser vistos por los compañeros. Ah, si yo pudiera infundir un poco en vosotros este gran amor a María y a Jesús Sacramentado, íqué dichoso sería! Fijaos, diré ((**It7.681**)) un disparate, pero no importa. Estaría dispuesto, para alcanzar esto, a restregar mi lengua por el suelo desde aquí hasta Superga. Es un disparate, pero yo estaría dispuesto a hacerlo. Mi lengua se haría pedazos, mas eso no importa nada: yo tendría así muchos jóvenes santos. 21 de junio. Me urge recomendaros una cosa: que tratéis de amaros mutuamente y que no despreciéis a nadie. Por consiguiente, aceptad a todos sin excepción en vuestra compañía y dejad con gusto que participen en vuestros juegos. Lejos de vosotros toda suerte de antipatía, carente de razón con algún compañero. Tal vez porque carece de buenos modales? Quizás porque no viste elegantemente? O porque es de poco ingenio, de aspecto desagradable, soso en el hablar? Pero acaso no regala el Señor sus dones a quien quiere? Qué culpa tiene el pobrecito, si Dios le ha dado menos que a vosotros? Es una injusticia la vuestra. Con frecuencia no se quiere aceptar a un compañero en la conversación; si se aproxima a nosotros nos vamos, y le dejamos allí plantado, sonrojándole; si está solo, nadie se le acerca. Y esto es caridad? Oídme: es un deber de muchachos, no sólo bien educados sino cristianos, el recibir bien a todos y ser corteses con ellos. Emplear buenos modales y no alejarse cuando se acercan a nosotros. Usar amabilidad y hacerlos partícipes de nuestras conversaciones y diversiones. Sólo hago una excepción y quiero que no la olvidéis. Digo que recibáis bien a todos, pero vigilad si se acerca un joven que sabéis está acostumbrado a hablar mal y a querer induciros al pecado, entonces apartaos de él, que hacéis bien. Y, si está lejos de vosotros, dejadle solo. Con ése no debéis emplear ninguna cortesía o atención, como no estaríais obligados a tratar con un apestado. He aquí, pues, el pensamiento que os dejo esta noche. Atended bien y con amabilidad a todos, salvo a los que sostienen malas conversaciones. (**Es7.577**))
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