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((**Es7.567**) la gracia. En efecto, nunca más sufrí hemorragias por la nariz: de vez en cuando, al llegar los cambios de estación, me caían dos o tres goterones de sangre y luego se paraban al momento sin más consecuencias ni daño para mi salud. Muchas veces he oído hablar de curaciones verdaderamente milagrosas a personas de autoridad y dignas de fe. La iglesia de María Auxiliadora se edificó a base de gracias extraordinarias, otorgadas por la Virgen, mediante la intercesión de nuestro venerable padre don Bosco. Que esta humilde exposición, hecha con toda sinceridad y conciencia, pueda contribuir para alcanzar lo que tantos desean de corazón, esto es, ver cuanto antes al siervo de Dios don Juan Bosco venerado en los altares y honrado con el culto de los santos. CRAVOSIO ANFOSSI Aquel mes hubo un alumno que cometió una falta grave y se escapó del Oratorio. Volvió el padre con él y como no se lo admitían, consiguió, por medio del párroco, que los Superiores tuvieran clemencia. Fue en esta ocasión cuando don Bosco dirigió a los alumnos uno de aquellos sus excepcionales discursos que justificaban la conducta de los superiores en aquel caso, daban el merecido reproche al culpable e infundían en los demás alumnos un saludable aborrecimiento de todo lo que deshonra a un joven cristiano. ((**It7.669**)) Hace doce años que un muchacho, educado cristianamente por su madre, salía de la casa paterna para ir a la capital a estudiar. Cómo se oprimía el corazón de aquella buena madre con esta despedida. Temía mucho que su hijo se desviara de los rectos senderos de la piedad y de la religión. Intentó el muchacho tranquilizarla y le prometió que no olvidaría sus advertencias. Fue, estuvo algún tiempo y luego regresó a casa. Al primer encuentro con la madre todo fueron abrazos, besos, demostraciones de cariño de una y otra parte. Pero el hijo no era ya el de antes; los malos compañeros y las malas lecturas habían corrompido al inexperto joven. No tardó la madre en darse cuenta de ello. Ya no obedecía, no quería estarse en casa, ni acercarse a los sacramentos. La pobre y desolada madre intentó corregirle, pero inútilmente. Volvió a los estudios y a los antiguos amigos. La madre se angustiaba, lloraba, con frecuencia le enviaba los consejos más afectuosos, pero en vano. La madre se consumía; tanta fue su pena, que cayó enferma. Esta noticia conmovió un poco al muchacho, pero luego volvió a sus diversiones y a su disipación. Retornó a casa imaginando que la madre curaría, mas una noche, mientras dormía, oyó abrir la puerta de su habitación y a su hermana gritarle: -Ven aprisa, si quieres ver todavía una vez más a tu madre, antes de que muera. Saltó de la cama, se vistió, corrió junto al lecho de la madre y la contempló casi en agonía y sin sentido. Su corazón se conmovió: el pensamiento de haberla ocasionado tantos disgustos, de ser, tal vez, el causante de su muerte lo asaltó y se fue apoderando de él; miró a la madre llorando a lágrima viva, la llamó, estrechó su mano y exclamó: -íMamá, mamá! Me perdonas mis faltas?... Dime una palabra, dime que me perdonas. (**Es7.567**))
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