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((**Es7.562**) La respuesta de don Bosco, con fecha del 20 de abril, nos ofrece una idea pormenorizada del Oratorio y de su organización. El director de todas las clases elementales era don Domigo Ruffino, de Giaveno, que poseía el título de maestro elemental superior. Las escuelas nocturnas, divididas en tres clases, con sus propios maestros, contaban ciento cinco alumnos. Las dominicales tenían cuatro clases, graduadas según un progresivo período de instrucción, y llegaban a ciento ochenta y cinco alumnos. La escuela elemental diurna era una sola y se dividía en dos secciones con noventa escolares, en una de las cuales enseñaba Santiago Miglietti, de Occhieppo. Las clases nocturnas de música vocal, dirigidas por el maestro don Juan Cagliero, de Castelnuovo de Asti, eran cuatro, con ochenta y tres alumnos y, las de canto gregoriano seis, con ciento sesenta y un cantores. La de música instrumental tenía treinta alumnos; su maestro era Francisco Massa, de Turín, miembro de la banda de la Guardia Nacional, y el director José Buzzetti, de Carron Ghiringhello. Don Bosco, después de haber complacido con su acostumbrada cortesía, al asesor municipal, en los primeros días de mayo tuvo que ausentarse por unos días de Turín, mientras en el Oratorio se celebraba el mes de María con la lectura del acostumbrado librito, las florecillas y jaculatorias de cada día. El santo rosario seguía rezándose por la mañana, y por la tarde, a las siete, se iba a la iglesia para la bendición. Así leemos en la Crónica, la cual prosigue contando lo que sucedió en el mes de mayo: <((**It7.663**)) a casa, comenzó don Bosco a hablar a los muchachos por la noche, cuando las ocupaciones se lo permitían. He aquí uno de sus discursitos. Quién sabe, si todos hacéis bien el mes de María? Si la Santísima Virgen hablase desde aquella estatuita diría que muchos lo hacen bien, son fervorosos y su número es enorme, muy superior al de los menos amantes de esta buena Madre. Otros hacen algo para honrarla, pero poco: un día arden de fervor y otro son un témpano; lo mismo practican una florecita, que descuidan sus deberes; lo mismo rezan, que hablan y estorban en la iglesia; querrían servir a dos señores. Hay otros que no hacen nada bueno: no blasfeman porque nadie les da motivo para enfadarse, no riñen porque no saben con quién, no molestan en la iglesia, pero tampoco rezan. Otros, finalmente van más allá: no sólo hacen poco, o nada, sino que obran mal. Si pueden escaparse de las prácticas de piedad, lo hacen a gusto; si encuentran un compañero de la misma ralea, no tardan en ponerse enseguida a murmurar de los (**Es7.562**))
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