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((**Es7.383**) oyó aquello, manifestó su estupor y desaprobación, diciendo: -Cómo? Y no sabe todavía que desde 1859 Lombardía está separada de la comarca de Venecia y pertenece al reino de Italia? Tan poco le importa conocer las glorias de la patria común? Le explicó enseguida el maestro que aquello había sido un error involuntario, hijo de la mala costumbre más que de la ignorancia y el Inspector mostró creerlo; pero, luego, a falta de otras cosas, no dejó de anotar este caso inocentísimo en su informe y así agraviar al Oratorio ante el Ministerio. Pero una cosa, tal vez contra su voluntad, llamó poderosamente su atención y fue el silencio, la disciplina, el orden que reinaba en todas las clases. Sobre todo el tercer curso, que tenía ((**It7.447**)) ciento veinticuatro alumnos, le. convenció de que aquella disciplina no era algo pasajero y ficticio, sino sólido y real. Terminada la visita, quiso el maestro, por cortesía, acompañarlo a otra aula, y el inspector intentó disuadirle diciendo que la ausencia de la clase, aunque fuera sólo momentánea, daría ocasión a tantos picaruelos para alborotar y romper el orden. -No tema, señor, repuso el maestro; estoy seguro de que ninguno abrirá el pico ni se moverá del sitio. -Esto me parece imposible, replicó el Inspector; es imposible que ciento treinta estudiantes guarden silencio en ausencia del maestro. Permitió no obstante que le acompañara un trecho y dijo: -Volvamos atrás, y veamos si guardan el silencio que usted dice. Y así diciendo, se acercó de puntillas a la puerta de la clase, escuchó, espió por el ojo de la cerradura y comprobó que, en efecto, todos los alumnos permanecían quietos y en silencio como si el profesor estuviese sentado en la cátedra. Ante aquella realidad se alejó, repitiendo: -íJamás lo hubiese creído, jamás lo hubiese creído! íEsto es maravilloso y honra a usted y a sus alumnos! Era profesor el clérigo Celestino Durando. Lo que resultaba maravilloso para el Inspector gubernativo era algo natural y corriente para los de la casa, en todas las clases, puesto que los alumnos del Oratorio aprendían a hacer el bien y huir del mal, no por respeto al hombre, sino por respeto a Dios; no por el premio o castigo del maestro o del superior, sino por deber de conciencia. (**Es7.383**))
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