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((**Es7.332**) A este envío de libros iba unida la tarjeta de un apreciado amigo suyo. Muy Reverendo Señor: Ruégole acepte esta pequeña muestra de la veneración y aprecio que a V.S. profeso. Le suplico, a título de gracia, que rece por mí una Avemaría a María Santísima, sede y maestra de la verdadera sabiduría. Créame con cordial afecto. De V. Rvda. S. Roma, Col. Rom., 21 de marzo, 1863. Su seguro servidor ANTONlO ANGELINI P. de la Compañía de Jesús. NB. Con dos paquetes de libros y los saludos de Protasi. El marqués de Landi había presentado al Santo Padre la carta de don Bosco, con caligrafía de Juan Cagliero, en la cual ((**It7.386**)) resalta la profunda veneración, el afecto filial, la intimidad con el Vicario de Jesucristo y, al mismo tiempo, el vivísimo sentimiento de su pertenencia a la Iglesia, cuya vida, dolores y triunfos eran suyos. Beatísimo Padre: Dígnese Vuestra Santidad usar su acostumbrada bondad permitiendo que este pobre, pero muy devoto hijo de la santa madre Iglesia, tenga, por medio del fervoroso católico marqués de Landi, la gratísima satisfacción de postrarse a sus sagrados pies y expresar los filiales afectos de su corazón. Ante todo presento mis más vivas muestras de agradecimiento, junto con las de mis ayudantes y numerosos jovencitos, por los muchos favores espirituales que en diversas circunstancias nos ha concedido. Estos nos sirvieron de poderoso estímulo para esmerarnos en corresponder, con oraciones y esfuerzos, a promover, dentro de nuestra poquedad, la gloria de Dios y el bien de las almas. Los asuntos de la religión y sus sagrados ministros se vieron expuestos, de dos años acá, a serias pruebas en nuestro país, ya sea por los acostumbrados sobornos de los protestantes, ya sea por las amenazas y también las opresiones de la autoridad, ya sea por el extravío de muchos de los puestos por Dios para custodia de la casa del Señor. A esto se agrega la enseñanza acatólica de la juventud en las escuelas primarias y secundarias; lo cual ha producido dos tristísimas consecuencias: contribuyó a la insensatez de leer escritos seductores e irreligiosos y a rechazar lo que es fundamental en la religión, y como consecuencia una sensibilísima disminución de las vocaciones eclesiásticas y religiosas y el escarnio de aquéllos que se sienten llamados a ella. Los periódicos y libros impíos siguieron editándose, multiplicándose, difundiéndose aunque con mucho menos éxito para los enemigos de la religión. Esto se consiguió con el aumento de periódicos y libros buenos y con la mayor solicitud de los católicos para promover la buena prensa y propagarla. (**Es7.332**))
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