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((**Es7.218**) También don Bosco, afirmó don Miguel Rúa, hablaba con viva admiración de la virtud, de la austeridad y de la unción de las pláticas del canónigo, y creyéndose él muy lejos de la perfección de aquel siervo de Dios. Sin embargo, sus sermones eran escuchados con entusiasmo por la multitud que llenaba la iglesia. Pero, al mismo tiempo que don Bosco bendecía en Montemagno el cuadro del Sagrado Corazón de María, un horrendo suceso afligía a la ciudad de Turín el 8 de septiembre. Una inmensa muchedumbre de fieles abría, desde la catedral, el desfile de la procesión que, según prescripción del Estado, se hacía anualmente en esta fecha para conmemorar la liberación de Turín del asedio francés en 1706. Improvisamente un hombre se abalanzó sobre el trono, donde estaba la estatua de María Santísima con el Niño en brazos, que se debía llevar procesionalmente. Sacó de debajo de la ropa una pequeña hacha y empezó a golper furiosamente la imagen de la Virgen María con el Niño, en cobre plateado. La cabeza y un brazo del Niño cayeron por tierra. Resulta imposible describir los gritos, los sollozos, la confusión, el alboroto que se armó en el amplio templo. Acudió un guardia y de un culatazo derribó por tierra a aquel infeliz, que continuaba golpeando la estatua. Derramando sangre, maniatado y defendido por los guardias, ya que el pueblo se agolpaba contra él para despedazarlo, gritaba: -Me han obligado a hacerlo, me han pagado para ello. Aunque el preso no había estado nunca loco, la Autoridad pública, que necesitaba ocultar las perfidias de cierto partido al que temía, hizo que se le declarase tal y lo encerró inmediatamente en el manicomio. Celebróse un triduo solemne expiatorio por la profanación, primero en la catedral y después en el Santuario de Nuestra Señora de la Consolación. Don Bosco participó en éste a su regreso de Montemagno. ((**It7.249**)) Los alumnos del Oratorio le habían esperado y don Bosco era feliz teniéndolos a su lado. Anota Bonetti en su Crónica: <<13 de septiembre. Cuando se está al aldo de don Bosco siempre se aprende algo; una sola palabra de su conversación reporta grandes estímulos para correr por la senda de la virtud. Un día, después de comer, nos encontrábamos reunidos a su alrededor con ansias de oír alguna de sus magistrales enseñanzas. La conversación recayó sobre la manera de hacernos santos y observábamos cómo todos los auténticos siervos de Dios amaban y practicaban la penitencia, como lo hacía nuestro Domingo Savio. (**Es7.218**))
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