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((**Es7.204**) Describió don Bosco este suceso, con voz tan trémula, que hasta los sacerdotes quedaron aterrados. Ya había contado otro caso semejante algún tiempo atrás. Había sido llamado a toda prisa para confesar a un jovencito de unos dieciséis años, que había frecuentado el Oratorio festivo y que se hallaba en los últimos momentos, consumido ((**It7.232**)) por la tuberculosis. Vivía en una casa próxima a San Roque. Don Bosco acudió. El pobrecito le recibió lleno de alegría, se confesó. Seguidamente entraron en la habitación su padre y su madre y se colocaron al lado de la cama. Don Bosco siguió a la cabecera. En la mirada del moribundo apareció una expresión de profunda melancolía. Se volvió a su madre y le dijo: -Le ruego que llame a ese muchacho, amigo mío, que vive en la planta baja de la casa, para que venga a hacerme una visita enseguida. -Para qué quieres verlo?, preguntó la madre. -Yo sé por qué. Tengo que decirle una palabra. Como le parecía a don Bosco que la visita desagradaba a los padres, intervino: -No te pongas así; para qué necesitas que venga? -Quiero saludarle por última vez. No tardó éste en llegar. Clavó una mirada casi de terror sobre el enfermo y se acercó a los pies de la cama. El moribundo se esforzó por incorporarse. Los padres le ayudaron, colocándole un cojín tras las espaldas. Entonces, fijó sus ojos con angustia indescriptible sobre el compañero, tendió su mano derecha hacia él, apuntóle con el dedo índice y con voz temblorosa le dijo: -Tú... Y tomó un poco de aliento después de un violento asalto de tos... -Tú, prosiguió, eres el que me ha matado... Maldito sea el momento en que te encontré por vez primera. Culpa tuya es que yo muera tan joven... Tú me enseñaste lo que yo no sabía... Tú me traicionaste... Tú me hiciste perder la gracia de Dios... Tus conversaciones, tus malos ejemplos me lanzaron al mal y ahora llenan de amargura mi alma... Si hubiese seguido el consejo, el mandato de quien me exhortó a dejarte... Todos lloraban con sus palabras. El pobre compañero temblaba y, más pálido que el mismo agonizante, sintiéndose desfallecer, se agarraba a los hierros de la cama. ((**It7.233**)) -Basta, basta, cálmate, dijo don Bosco al enfermo. Para qué afligirte ahora de este modo? Lo pasado, pasado está, ya no existe... (**Es7.204**))
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