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((**Es7.198**) sólo dieciocho años. Don Bosco declaró el mismo viernes a los muchachos de la casa que habían subido con él a San Ignacio, que él había estado a la cabecera de Bernardo y le había asistido en los últimos momentos. Nosotros en Turín aún no sabíamos nada y él ya escribía a don Víctor Alasonatti la muerte de Casalegno, ordenando plegarias. Cuando volvió a casa, yo (Bonetti) pregunté a los que habían estado con él durante los ejercicios y, tras varias preguntas, pudimos saber que don Bosco había anunciado aquella muerte a la hora de haber sucedido: lo cual era humanamente imposible saberse, a la distancia de más de veintiuna millas que separaban a los dos lugares. >>No debe extrañar que Dios haya querido renovar, en esta circunstancia, lo que hizo con otros muchos santos; y lo creo fácilmente sabiendo cuán vivo era el deseo de aquel excelente joven por ver una vez más a don Bosco antes de morir, y por tenerlo al lado en la hora de su muerte; y cuánto le quería don Bosco>>. Nosotros añadimos que su mismo padre, el caballero José Casalegno, topógrafo de profesión, confirmó al sacerdote Bartolomé Gaido cómo don Bosco, encontrándose lejos, anunció públicamente la muerte del hijo en el mismo momento en que expiraba. <((**It7.225**)) de casa y fueron a bañarse en las aguas del canal junto al Dora. >>A pesar de la vigilancia de don Víctor Alasonatti y de los asistentes, ninguno se dio cuenta, pues eran muchos los internos y externos. Pasó aquel día y el siguiente, y en el Oratorio nadie se había enterado de la fuga extraordinaria. Los culpables estaban tan tranquilos, pero se engañaron con su confiada impunidad. Habían sido vistos y observados por don Bosco, quien el lunes 21, muy de mañana, remitía una hermosísima carta para todos los jóvenes, en la cual entre otras cosas se refería a los tres culpables, sin nombrarlos>>. He aquí la carta de don Bosco: Queridísimos amigos: Sé que vosotros, hijos amadísimos, deseáis mis noticias, y yo también, dado que tuve que salir de casa sin poder despedirme de todos; siento por ello la necesidad de comunicarme con vosotros a través de esta carta. Os hablaré con la sinceridad de un padre que abre su corazón a sus tiernos y amantes hijos. Hay para reír y hay para llorar. (**Es7.198**))
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