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((**Es6.87**) V Léese de un soldado que solía hacer con plena libertad sus devociones y, aun cuando sus compañeros daban poca o ninguna importancia a la piedad, él, sin embargo, la practicaba valientemente. La primera noche que sus compañeros le vieron arrodillarse y rezar sus oraciones antes de acostarse, se deshicieron largo rato en voces, silbidos y burlas, tildándole de beato, jesuita e hipócrita. Pero él no se alteró y siguió rezando tranquilamente sus oraciones. ((**It6.103**)) Al ver que aguantaba impasible aquella batahola, los demás fueron callando uno tras otro. La noche siguiente volvieron a las burlas, aunque no tan rabiosamente como el día anterior, y, poco a poco, antes de acabarse el mes, le dejaron en plena libertad de hacer lo que le viniese en gana. Entretanto, como se prestaba para cualquier servicio, escribir cartas, asistir a los enfermos, sustituir a los compañeros en alguna de sus incumbencias, comenzó el cuartel a prodigar alabanzas a su favor, y todos los soldados querían ser sus amigos. Era justo que el Señor, que nunca deja sin premio a sus fieles servidores, a los que no se ruborizan de confesarse, de comulgar, de oír misa, le diera alguna prueba de su protección. Estalló la guerra, y Belsoggiorno, que así se llamaba nuestro soldado, partió con su regimiento. Llegó el día de la batalla. Todo el ejército se disponía a ocupar las posiciones fijadas de antemano. Se veía al enemigo avanzar de lejos como manchas negras, entre las cuales brillaban a los rayos del sol las bayonetas. De pronto, la compañía de Belsoggiorno se detuvo. Las tropas enemigas avanzaban pero todavía estaban lejos. En aquel instante, se acordó Belsoggiorno de que aún no había rezado los siete padrenuestros, avemarías y glorias que solía decir cada mañana en honor de los siete dolores de la Virgen. Aprovechó la parada y se arrodilló en el mismo lugar donde estaba. Sus compañeros, al verle, indignados por lo que ellos calificaban de cobardía, exclamaron: -Mirad ahí a nuestro guerrero, está rezando cuando es hora de luchar. Y le apostrofaban con su rico vocabulario de vulgares insultos. Pero él seguía rezando sus padrenuestros. De improviso se oyó una formidable detonación, y una estridente granizada de hierro pasó sobre la cabeza de Belsoggiorno. Los enemigos habían camuflado en avanzada una batería de cañones. Los gritos desesperados de los heridos, el estertor de los moribundos resonaban en derredor de nuestro soldado. Este, despavorido en los primeros momentos, alzó después un poco la cabeza, que había tenido inclinada hasta el suelo mientras rezaba, y se dio cuenta de haber quedado vivo él solo, mientras yacían los demás tendidos por tierra muertos o moribundos. Ved ahí, queridos hijos míos, cómo Dios socorre a los que no temen las críticas del mundo y no se avergüenzan de dar testimonio de su fe cristiana. ((**It6.104**)) VI La última vez que tuve el gusto de hablaros, os conté cómo Dios protegió a un soldado que no se avergonzaba de rezar en público. Esta noche voy a haceros una observación sobre el respeto humano. íCuántos cristianos, en la situación de aquel soldado, no tendrían el valor de manifestar de la misma manera su amor a Dios! El hombre a veces no teme hacer frente a los cañones, no tiene miedo a las armas, a las fieras, al mar borrascoso, ni a los viajes a través de inmensas florestas o desiertos sin límites; en cambio, no tiene valor para vencer un simple y cobarde respeto humano,(**Es6.87**))
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