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((**Es6.754**) Algún tiempo después acompañaba el clérigo Pablo Albera a don Bosco, que volvía de la ciudad. Mientras lo ayudaba a colgar el sombrero y el manteo, díjole don Bosco: -Eres joven, pero tendrás que ver cosas sorprendentes. Estarán dos juntos en la misma iglesia haciendo la meditación; dos en el coro, uno al lado del otro, cantando el oficio; dos cerquita, de rodillas en el mismo comulgatorio para recibir la santa comunión, y al mismo tiempo se aborrecen, y no pueden soportarse uno a otro. Y saben conciliar lo uno con lo otro: odio, maledicencia, comunión y oración. Otra vez dijo a los clérigos, estando presente José Reano: -Hay que temer y huir de la compañía de aquellas personas que, sin estar manifiestamente relajadas en su conducta moral, censuran todo lo que ayuda a alcanzar mayor perfección ((**It6.999**)) en la práctica de los reglamentos y en las obras de piedad, y que no respetan la autoridad, las órdenes y amonestaciones de los superiores. Luego añadió que, habida cuenta de la miseria humana, un buen clérigo, que cumple con su deber, debe estar prevenido contra las repulsas y críticas de los malos; pero al mismo tiempo despreciar y no dar importancia a sus chanzas y burlas y compadecerse de ellos. En el mes de agosto fue don Bosco a Montemagno para celebrar la solemnidad de la Asunción de María al cielo, y al mismo tiempo para aceptar la invitación del marqués de Fassati, que habitaba allí en su magnífico castillo. La marquesa se llamaba María de la Asunción; era, pues, para don Bosco un deber de gratitud ir personalmente a felicitarla. También los hijos de los marqueses Manuel y Acelia, que le tenían gran afecto, lo estaban aguardando con vivo deseo. Salió el día 14 en el tren, que llegaba a Asti a las dos y media de la tarde y de allí a Montemagno pensaba ir en la diligencia. En el tren entabló conversación con un comerciante, que estaba sentado a su lado. De cosas baladíes pasaron a hablar primero de los diarios buenos y de sus ventajas, y después de los diarios malos y de los inmensos daños que causan a la fe y a la moral de los pueblos. No tardó don Bosco en ganarse la benevolencia de aquel señor que, de pronto, lo interrumpió diciendo: -Lo que usted dice me cuadra a mí perfectamente... y necesitaria confesarme. -Pues bien, venga a Turín al Oratorio y le recibiré como a un buen amigo. -Es algo difícil. Ahora voy a Génova... tengo también negocios en otras ciudades... quién sabe cuándo podré estar de vuelta. (**Es6.754**))
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