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((**Es6.744**) menor, a los que con derecho podía llamar hijos suyos por diversos títulos; y recibió los agasajos que merecía un padre amantísimo. Estas visitas fueron verdaderos triunfos; don Bosco predicó, les habló después del rezo de las oraciones de la noche, hízose el ejercicio de la buena muerte y todos quisieron confesarse con él, que dirigía aquel Centro educacional de vocaciones. No se cansaban los jóvenes de acercarse a él para recibir un buen consejo. Pero el afecto y los aplausos de los alumnos hirieron la susceptibilidad del nuevo Rector, y su ánimo no tardó en sentirse influenciado por los celos. Resolvió, por consiguiente, sustraerse a la dependencia, que había de prestar a la autoridad de don Bosco y hacerse reconocer como único Superior del ((**It6.985**)) Seminario. Así, pues, confiando en sí mismo y en la continuidad de la presente prosperidad, quiso tratar directamente con la Curia arzobispal, sabiendo que había quien favorecería sus planes. Fue, pues, a Turín como para obsequiar a las autoridades eclesiásticas; y en su propio nombre, sin comunicar nada a don Bosco, les entregó el registro de las condiciones para la admisión de los alumnos, el del resultado de los exámenes y del estado económico del primer trimestre. Habiendo sido bien recibido por quien no puso mientes en el agravio, que hacía a don Bosco, volvía el Rector de vez en cuando a Turín para referir todo lo que don Bosco disponía, hacía o decía. Favorecía sus intentos la observación de que el Seminario de Giaveno no debía considerarse como una dependencia del Oratorio. Su alarde de tanto celo por los intereses de la diócesis tendía a conseguir dos fines: deshacerse de don Bosco, que era para él como humo en los ojos, y obtener, con el andar del tiempo, como premio una buena parroquia, para cuyo gobierno tenía en verdad las cualidades necesarias. Mas, por entonces, obstaculizaba sus deseos de independencia la imposibilidad de encontrar personal para la asistencia de los alumnos. Por lo cual no rompió abiertamente con el Superior y encontró que era una táctica sagaz tomar un camino encubierto, es decir, instigar a los clérigos de don Bosco, que tenía consigo, para inducirlos a desertar de la familia del Oratorio. Gozaba de toda clase de preferencias, aquél que le daba esperanzas de condescender, mientras cargaba todo el peso de la asistencia, sin recibir ninguna prueba de afecto y confianza, al que le ofrecía dudas o certeza de que se mantendría fiel a don Bosco. Pero no manifestaba los motivos de este sistema; sin embargo, eran tales las maneras que los mismos alumnos y los empleados se daban cuenta de su misteriosa conducta. Por (**Es6.744**))
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