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((**Es6.733**) y de la extenuación de nuestro Señor, y me contestó negativamente; pero que le había parecido que indicaba una carestía (material o espiritual), que tendría lugar, mas no inmediatamente, sino tal vez dentro de algún año. ((**It6.969**)) La explicación más obvia es que Jesús ahora sufre en la persona de su Iglesia. Algunos interrumpieron a don Bosco preguntándole: -Quién es éste? Negóse don Bosco a declararlo y siguió: -Hay otro muchacho, a quien vi en el sueño de las mesas en el reducido grupo de aquéllos cuya alma es verdaderamente inocente, y que resplandece todavía con el hermoso candor de la estola bautismal. Con él se complace la Virgen en conversar y le manifiesta cosas lejanas y ocultas. Yo mismo, cuando deseo saber algo, incluso acerca del porvenir, acudo a él, pero de manera que no se despierte en él el amor propio. Y él, después de consultar a María Santísima, sabe decírmelo con toda sencillez. Lo mismo sucede cuando necesito obtener alguna gracia. Jovencitos como éste hay más de uno. Es éste un hecho muy singular; pero estoy observando adónde irá a parar todo esto, porque no son imposibles las ilusiones. Lo cierto es que María nos quiere. Os diré todavía acerca de un cuarto compañero vuestro una cosa naturalmente inexplicable. Antes de las vacaciones de Pascua, pidió permiso para ir a pasar unos días en su casa. No se le quería dejar ir, pero insistía diciendo que quería asistir a la muerte de su párroco. Por fin se le concedió el permiso y fue con esta obsesión. Los padres, a quienes se la había manifestado, la consideraron una locura, y escribieron al Oratorio preguntando si su hijo, atacado de tan manifiesta manía, había salido ya de Turín, pues el párroco gozaba de perfecta salud. Pero qué pasó? A los pocos días cayó enfermo, arregló los asuntos de su conciencia y murió. Todos encontrábamos todo esto muy extraño y le preguntábamos con insistencia quiénes eran aquellos muchachos afortunados que vivían con nosotros sin conocerlos. Se limitó a contestar: -Es realmente el caso de decir: Abscondisti haec a sapientibus et prudentibus et revelasti ea parvulis... quoniam sic fuit placitum ante te. (Ocultaste estas cosas a sabios y prudentes, y las has revelado a pequeños... pues tal fue tu beneplácito). Aquí no hay ciencia, ni buena voluntad que valga; el Señor reparte sus dones como le place. Pero yo prefiero una virtud constante a las gracias extraordinarias, porque estas muestras de predilección son muy peligrosas; y más, si son frecuentes, pues es fácil dejarse vencer por las tentaciones de la soberbia. Dios opone resistencia a los soberbios, en cambio, dispensa sus gracias a los humildes. ((**It6.970**)) Los que se encuentran en esta condición leerán a veces u oirán contar desde el púlpito la visión de un santo o alguna otra cosa sobrenatural. Esta narración impresionará al que nunca gozó de estos carismas, en cambio, a uno de éstos que decimos, no les causará ninguna impresión; antes al contrario hay peligro de que piensen para sus adentros: -íVaya! eso no es ninguna gran cosa; también yo he disfrutado de tales favores. Y entonces íay, ay! Es que falta la humildad. íAy de ellos, si atribuyendo estos carismas a sus propios méritos, se glorían de ellos, aun cuando sea por poco tiempo! Hace algunos años teníamos un muchacho aquí en esta casa, que, estando enfermo, aseguró haber visto a la Virgen, de la que había aprendido mil maravillas. Y dio de ello algunas pruebas; entre ellas, conocer quiénes de sus compañeros habían ido a confesarse y quiénes no; y a éstos últimos, el sábado por la tarde, los mandaba a los pies del confesor. Otra buena prueba de aquella visión fue la buena conducta que comenzó a tener después de su curación. Sin embargo, corriendo el tiempo, fue empeorando (**Es6.733**))
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