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((**Es6.730**) los compañeros. Era ésta la segunda espina anunciada por don Bosco el 7 de marzo de aquel año, e indicada con la letra <>, es decir, moralidad. ((**It6.965**)) Diremos ahora que uno de los antes mencionados y que frecuentaba poco los Sacramentos, un sábado por la tarde al anochecer, se presentó a don Bosco en el coro de la iglesia para confesarse. La silla del confesor y los reclinatorios laterales para los penitentes se apoyaban contra la parte posterior del altar, y en frente se levantaba el entarimado, desde donde se entonaban las vísperas los domingos. Rodeaban el confesionario algunos alumnos, que se preparaban y aguardaban turno. Tan pronto como don Bosco tuvo ante sí aquel muchacho, vio claramente el infeliz estado de su alma y, después de escuchar lo que quiso decirle, preguntóle: -No tienes nada más que decir? -Nada más, respondió aquél. -Y sin embargo pudiera ser que tuvieras todavía alguna cosa. íPiénsalo mejor! -íNo tengo nada!, replicó el muchacho. Pero don Bosco insistió: -Date prisa, ea, ánimo; confiésalo todo. El muchacho se hacía el sordo y no se decidía a soltar palabra. En aquel momento vio don Bosco aparecer sobre el entarimado a un horrible mono gigantesco que, pasando por entre los muchachos que le rodeaban, se abalanzó y de un salto se echó sobre las espaldas de aquel pobrecito, le apretó el cuello con sus garras y asomó el hocico entre su cara y la del joven. Al ver esto don Bosco se estremeció de espanto, le saltaron las lágrimas a los ojos por la compasión y volvió a preguntar al muchacho: -De verdad que no tienes nada que decirme? El infeliz joven, oprimido por las maléficas garras del demonio, contestó resueltamente. -No recuerdo nada más. -íMi querido hijito, cómo puede ser esto? Dices que no tienes nada más que confesar, mientras yo estoy viendo un enorme mono sobre sus espaldas? íMira, por favor!, exclamó con viveza. ((**It6.966**)) E hizo ademán de querer levantarse pues le repugnaba estar cerca de aquel horrible animal. El joven, hondamente conmovido por sus lágrimas y las palabras oídas, al darse cuenta de lo que tenía sobre sus espaldas, se volvió, lanzó un grito ahogado de espanto, rompió a llorar y, agarrando a don Bosco por la sotana, repetía: -íNo me abandone, no me abandone! (**Es6.730**))
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