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((**Es6.690**) -Pues bien: del 61 al 71. Todos tienen ya diez años más de edad. -íAh! íComprendido! Y como continuase observando a través de la lente pude ver panoramas desconocidos, casas nuevas que nos pertenecían y a muchos jóvenes dirigidos por mis queridos hijos del Oratorio, convertidos ya en sacerdotes, en maestros, en directores, que se dedicaban a instruir y proporcionarles honestas diversiones. -Vuelve a dar otras diez vueltas -me dijo el personaje- y llegaremos al 1881. Tomé el manubrio y la rueda dio otras diez vueltas. Miré y solamente vi a la mitad de los jóvenes que había contemplado la primera vez, casi todos ya con el pelo blanco y algunos un poco encorvados. -Y los otros, dónde están?, -pregunté. -Ya forman parte del número de los más, -me respondió el guía. Esta considerable disminución del número de mis muchachos me causó un vivo desasosiego, pero me consoló el contemplar, en un cuadro inmenso, países nuevos y regiones desconocidas y una gran multitud de jóvenes bajo la custodia y dirección de nuestros maestros que dependían aún de mis primeros alumnos. Después di otras diez vueltas a la rueda y he aquí que ((**It6.914**)) solamente vi una cuarta parte de los jóvenes que había contemplado pocos momentos antes; todos ellos se habían trocado en ancianos de barbas y cabellos blancos. -Y todos los demás?, -pregunté. -Forman parte ya del número de los más. Estamos en 1891. Y he aquí que ante mi vista se desarrolló una escena conmovedora. Mis hijos sacerdotes, agotados por la fatiga, estaban rodeados de niños, a los cuales yo no había visto nunca; muchos de fisonomía y de color distinto de los que habitualmente viven en nuestros países. Di aún otras diez vueltas a la rueda y solamente pude ver un tercio de mis primitivos jóvenes, ya decrépitos, cargados de espaldas, desfigurados, macilentos, en los últimos años de su vida. Entre otros, recuerdo haber visto a don Miguel Rúa, tan viejo y desfigurado que era difícil reconocerlo, ítanto había cambiado! -Y los demás?, -pregunté. -Pertenecen ya al número de los más. Estamos en 1901. En algunas casas no encontré a ninguno de los antiguos; maestros y directores me eran completamente desconocidos; la muchedumbre de los jóvenes era cada vez más numerosa; las casas aumentaban cada vez más y el personal directivo había crecido también de una manera admirable. -Ahora, -continuó mi amable intérprete- darás otras diez vueltas y verás cosas que te llenarán de consuelo las unas, y otras que te proporcionarán una gran angustia. Y di otras diez vueltas. -íEstamos en 1911 -exclamó el misterioso amigo. -íAh, mis queridos jóvenes! Vi nuevas casas, jóvenes nuevos, directores y maestros con hábitos y costumbres nuevas. Y mis jóvenes del Oratorio de Turín? Busqué una y otra vez entre una gran muchedumbre de muchachos y solamente pude ver a uno de vosotros con los cabellos blancos, consumido por la edad, rodeado de una hermosa corona de jóvenes, a los cuales contaba los comienzos de nuestro Oratorio, recordándoles y repitiéndoles las cosas aprendidas de labios de don Bosco; y les enseñaba una fotografía que estaba colgada de la pared del locutorio. Y los otros alumnos ancianos, los superiores de las casas que había visto ya envejecidos? (**Es6.690**))
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