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((**Es6.663**) sin preocuparse de momento por escalar la cumbre. Yo no quería de ninguna manera llegar al Paraíso con tan exiguo acompañamiento; por eso, resuelto a ir en busca de los remisos, dije a los que me acompañaban: -Voy a bajar en busca de aquéllos; quedaos vosotros aquí. Dicho y hecho. A cuantos encontraba en mi bajada les ordenaba proseguir hacia arriba. A unos les hacía una advertencia; a otros, un amable reproche; a éste le daba una reprimenda; a aquél, una palmada; al otro, un empujón. -Seguid para arriba, por caridad -les decía afanosamente-; no os detengáis con esas bagatelas. De esta manera al encontrarme de nuevo al pie de la montaña ya había avisado a casi todos y me encontraba entre las breñas ((**It6.878**)) del monte que habíamos subido con tanto trabajo. Vi a algunos que, cansados por la fatiga de la ascensión y desanimados por lo que aún les quedaba por escalar, habían resuelto volver hacia abajo. Por mi parte, determiné emprender de nuevo la subida para reunirme con los jóvenes que habían quedado en la cumbre, pero tropecé con una piedra y me desperté. Ya os he contado el sueño. Sólo deseo de vosotros dos cosas. Os vuelvo a repetir que no contéis fuera de casa, a ninguna persona extraña, nada de cuanto os he dicho; pues, si algún extraño oyese estas cosas, tal vez las tomaría a risa. Yo os las cuento para haceros pasar un rato agradable. Comentad, pues, el sueño entre vosotros cuanto queráis, pero deseo que no le deis más importancia que la que se puede dar a los sueños. Además quiero recomendaros otra cosa y es, que ninguno venga a preguntarme si estaba o no estaba, quién era o quién no era; qué hacía o qué dejaba de hacer, si se hallaba entre los pocos o entre los muchos, qué lugar ocupaba, etc.; porque sería repetir la música de este invierno. El contestar a tantas preguntas podría ser para algunos más perjudicial que útil y yo no quiero inquietar las conciencias. Solamente os quiero hacer presente que si el sueño no hubiese sido un sueño, sino una realidad, y en verdad hubiésemos tenido que morir entonces, entre tantos jóvenes como estáis aquí reunidos; si nos hubiésemos dirigido al Paraíso, sólo un número insignificante habría llegado a la meta. De setecientos o tal vez ochocientos, quizá tres o cuatro. Pero, no os alarméis; entendámonos. Os explicaré esta exorbitante desproporción: quiero decir que sólo tres o cuatro habrían llegado directamente al Paraíso, sin pasar algún tiempo por las llamas del Purgatorio. Algunos permanecerían en este lugar de expiación algunos minutos; otros, tal vez un día; otros, varios días o varias semanas; en resumen, que casi todos tenían que pasar un período más o menos largo allí. Queréis saber qué es lo que hay que hacer para evitar el Purgatorio? Procurad ganar todas las indulgencias que podáis. Si practicáis aquellas devociones a las que van anejas indulgencias, tras cumplir los requisitos señalados se entiende; si ganáis indulgencias plenarias, iréis directamente al Paraíso. Don Bosco no dio de este sueño explicación alguna personal y práctica a cada uno de los alumnos, como en otras ocasiones; haciendo muy contadas reflexiones sobre las distintas escenas presentadas en el mismo. No era cosa fácil el hacerlo. Se trataba, como ((**It6.879**)) probaremos más adelante, de ideas plasmadas en múltiples cuadros; que lo mismo se sucedían unas a otras que aparecían simultáneamente, (**Es6.663**))
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