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((**Es6.661**) recordad que los placeres que conducen a la perdición no son más que aparentes; sólo ofrecen la belleza exterior. Estad en guardia contra aquellos vicios que nos hacen semejantes a los animales, hasta el punto de emparejarnos con ellos; especialmente ícuidado con ciertos pecados que nos asemejan a los animales inmundos! íOh, cuán deshonroso es para una criatura racional, tener que ser comparada, a los bueyes y a los asnos! íCuán abominable es para quien fue creado a ((**It6.875**)) imagen y semejanza de Dios y constituido heredero del Paraíso, revolcarse en el fango como los cerdos al cometer aquellos pecados que la Escritura señala al decir: Luxuriose vivendo! Solamente os he contado las circunstancias principales del sueño y de forma resumida; pues, si os lo hubiese expuesto tal y como fue, hubiera sido demasiado largo. Igualmente, ayer por la noche solamente os hice un resumen de cuanto vi. Mañana os contaré la tercera parte. En efecto: en la noche del sábado 9 de abril, don Bosco continuaba la narración. TERCERA PARTE No querría contaros mis sueños. Antes de ayer, apenas hube comenzado mi narración, me arrepentí de la promesa que os hice; y yo habría deseado no haber dado principio a la exposición de lo que deseáis saber. Pero he de decir que si callo, guardando mi secreto para mí, sufro mucho, y, en cambio, publicándolo, me proporciono un desahogo que me hace mucho bien. Por tanto, proseguiré el relato. Mas antes he de advertir que, en las noches precedentes, hube de suprimir muchas cosas, de las que no era conveniente hablaros, pasando por alto otras, que se pueden ver con los ojos, pero que no se pueden expresar con palabras. Después de contemplar, pues, como de corrida, todas aquellas escenas ya descritas; después de haber visto lugares diversos y las maneras de ir al infierno, nosotros queríamos a toda costa llegar al Paraíso. Pero yendo de una parte a otra, nos desviamos del camino, atraídos por otras cosas. Finalmente, después de adivinar la senda que debíamos seguir, llegamos a la plaza en la que había concentrada tanta gente, toda ella dispuesta a llegar a la montaña; me refiero a aquella plaza de tan colosales proporciones que terminaba en un paso estrecho y difícil entre dos rocas. El que lo atravesaba, apenas había salido a la otra parte, debía pasar un puente bastante largo, muy estrecho y sin barandilla, debajo del cual se abría un espantoso abismo. -íOh! Allá está el camino que conduce al Paraíso -nos dijimos-; aquél es. íVamos! Y nos dirigimos hacia él. Algunos ((**It6.876**)) jóvenes comenzaron a correr dejándonos atrás. Yo hubiera querido que me esperasen, pero ellos estaban empeñados en llegar antes que nosotros; mas al llegar al paso estrecho, se detuvieron asustados sin atreverse a seguir adelante. Yo les animaba, incitándoles a pasar: -íAdelante! íAdelante! Qué hacéis? -Sí, sí -me respondieron-; venga usted y haga la prueba. Nos estremece la idea de tener que pasar por un lugar tan estrecho y después tener que atravesar el puente; si diésemos un paso en falso, caeríamos dentro de aquellas aguas turbulentas, encajonadas en el abismo, y nadie daría ya con nosotros. Pero, finalmente, hubo uno que se decidió a ser el primero en avanzar, siguiéndole (**Es6.661**))
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