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((**Es6.655**) Cuando llegamos a la cumbre creíamos estar en el Paraíso; en cambio, estábamos bien distantes de él... Desde aquella elevación, y del otro lado de una gran llanura o explanada que estaba en el centro de una extensa altiplanicie, se divisaba una montaña tan alta que su cúspide tocaba a las nubes. Por ella subía trepando trabajosamente, pero con gran celeridad, una gran multitud de gentes y en lo más elevado estaba El que invitaba a los que subían a que continuasen sin desmayo la ascensión. Veíamos a otros descender desde la cumbre a lo más bajo para ayudar a los que estaban ((**It6.867**)) ya muy cansados, por haber escalado un paraje difícil y escarpado. Los que, finalmente, llegaban a la meta eran recibidos con gran júbilo, con extraordinario regocijo. Todos nos dimos cuenta de que el Paraíso estaba allá y, encaminándonos hacia la altiplanicie, proseguimos después en dirección a la montaña para intentar la subida. Ya habíamos recorrido un buen trozo de camino, cuando numerosos jóvenes, emprendieron una veloz carrera, para llegar antes, se adelantaron mucho a la multitud de sus compañeros. Mas, antes de llegar a la falda de aquella montaña, vimos en la altiplanicie un lago lleno de sangre, de una extensión como desde el Oratorio a la Plaza Castillo. Alrededor de este lago, en sus orillas, había manos, pies, y brazos cortados; piernas, cráneos y miembros descuartizados. íQué horrible espectáculo! Parecía que en aquel paraje se hubiera reñido una cruenta batalla. Los jóvenes que se habían adelantado corriendo y que habían sido los primeros en llegar, estaban horrorizados. Yo, que me encontraba aún muy lejos, y que de nada me había dado cuenta, al observar sus gestos de estupor, y que se habían detenido con una gran melancolía reflejada en sus rostros, les grité: -Por qué esa tristeza? Qué os sucede? íSeguid adelante! -Sí? Que sigamos adelante? Venga, venga a ver, -me respondieron. Apresuré el paso y pude contemplar aquel espectáculo. Todos los demás jóvenes que acababan de llegar, y que poco antes estaban tan alegres, quedaron silenciosos y llenos de melancolía. Yo, entretanto, erguido sobre la playa del lago misterioso, observaba a mi alrededor. No era posible seguir adelante. De frente, en la orilla opuesta, se veía escrito en grandes caracteres: <>. Los jóvenes se preguntaban unos a otros: -Qué es esto? Qué quiere decir todo esto? Entonces pregunté a UNO que ahora no recuerdo quién era, el cual me dijo: -Aquí está la sangre vertida por tantos y tantos que alcanzaron ya la cumbre de la montaña que ahora están en el Paraíso. íEsta es la sangre de los mártires! íAquí está la sangre de Jesucristo, con la que fueron rociados los cuerpos de aquéllos que dieron testimonio de la fe! Nadie puede ir al Paraíso sin pasar por este lago y sin ser rociado con esta sangre. Esta sangre, defensora de la Santa Montaña, representa a la Iglesia Católica. Todo aquel que intente asaltarla morirá víctima de su locura. Todas estas manos y todos estos pies truncados, estas calaveras deshechas, los miembros cortados en pedazos que veis diseminados por las orillas ((**It6.868**)) son los restos miserables de los enemigos que quisieron combatir contra la Iglesia. íTodos fueron destrozados! íTodos perecieron en este lago! Aquel joven, en el curso de su conversación, nombró a numerosos mártires, entre los cuales también a los soldados del Papa, caídos en el campo de batalla por defender el poder temporal del Pontificado. (**Es6.655**))
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