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((**Es6.619**) Yo le dije inmediatamente con aire de súplica: -Deje que dé un poco a estos últimos; también son hijos míos muy queridos, tanto más que hay mucha abundancia de dulces y no hay peligro alguno de que lleguen a faltar. -No, no -continuó diciendo-, sólo los que tienen la boca sana pueden gustarlos; los demás, no; no están en condiciones de saborear tales dulzuras pues como tienen la boca enferma y llena de amargor, las cosas dulces les producirían repugnancia y, por tanto, no las pueden comer. ((**It6.821**)) Me resigné a hacer lo que me decía y seguidamente comencé a distribuir los dulces sólo entre aquellos que me habían sido indicados. Una vez que hube repartido entre ellos bizcochos y almendras en abundancia, comencé nuevamente la distribución, dando a cada uno una buena cantidad. Os aseguro que sentía gran complacencia al ver a mis jóvenes comer, tan a su gusto, aquellas golosinas. En el rostro de cada uno se reflejaba una gran alegría; no parecían los muchachos del Oratorio; tan transfigurados estaban. Los que permaneciendo en la sala se habían quedado sin dulces, estaban en un rincón de la misma, tristes y disgustados. Lleno de compasión hacia ellos, me dirigí nuevamente a don José Cafasso y le rogué con insistencia me permitiese distribuir también algunos dulces entre éstos, para que los pudiesen probar. -No, no -replicó don José Cafasso-, éstos no pueden comerlos. Haga usted primero que sanen de sus dolencias y los podrán saborear también ellos. Yo miraba a aquellos pobrecillos. También observaba a los muchos que habían quedado fuera llenos de melancolía y a los cuales no se les había dado nada. Los reconocí a todos y para mayor tormento mío me di cuenta de que algunos tenían el corazón carcomido. Continué, pues, diciendo a don José Cafasso: -Dígame, qué remedio debo emplear; qué debo hacer para curar a estos mis hijitos? Nuevamente me replicó: -íReflexione, ingéniese; usted sabe lo que tiene que hacer! Entonces le pedí que me diese el aguinaldo prometido para mis jóvenes. -íBien -replicó-, se lo daré! Y adoptando la actitud de una persona que se dispone a partir, dijo tres veces en tono cada vez más elevado: -íEstad atentos, estad atentos, estad atentos! Y diciendo esto desapareció con sus compañeros y se desvaneció el sueño. Entonces quedé tan despierto como en este momento en que os hablo y me encontré sentado en la cama con la espalda tan fría como el hielo. Este fue mi sueño. Interprételo cada uno como quiera, pero sepa darle el peso que se merece un sueño. Sin embargo, si en esto hay algo que pueda ser útil a nuestras almas, aprovechémoslo. No me agradaría con todo, que alguno contase algo fuera de casa. Yo os lo he referido a vosotros porque sois mis hijos, pero no quiero que vosotros lo deis a conocer a los demás. Entre tanto os puedo asegurar que os tengo ((**It6.822**)) todavía presentes a cada uno de vosotros tal como os vi en el sueño; sabría decir quién estaba enfermo, quién no; quién comía, quién no. Ahora no quiero ponerme a manifestar aquí en público el estado de cada uno, sino que lo diré en particular a quien así lo desee. El aguinaldo que os doy en general a todos los del Oratorio, es el siguiente: frecuente y sincera confesión; frecuente y devota Comunión. (**Es6.619**))
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