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((**Es6.582**) Llamóle a la cátedra el profesor Juan Francesia y recitó la lección tan estupendamente que dejó estupefactos a todos los alumnos. Desde entonces ya no tuvo que lamentarse de que hallara dificultad para aprender las lecciones, antes al contrario, empezó a distinguirse entre los compañeros por su feliz memoria, más que ordinaria. Creemos que este cambio improviso no puede atribuirse a otra causa más que a una gracia singular, que quiso concederle la Virgen, cuya devoción no se cansaba de infundir y recomendar con ardor a todos los que estaban en relaciones con él. Tanto más cuanto que aquel don le duró todo el tiempo de su vida, como lo demuestran los estudios posteriores, a los que después se dedicó con gran éxito, y dan testimonio de ello todos los que tuvieron ocasión ((**It6.772**)) de conocerlo de cerca, entre ellos el profesor, don Juan Garino. Tendremos ocasión de hablar diversas veces de otras gracias extraordinarias, que la Virgen concedió a jovencitos que invocaban su maternal auxilio; ahora queremos situar al lector en los comienzos del curso escolar 1860-61. El tres de noviembre se presentaron los clérigos a examen en el Seminario. Eran veintidós, y consta en las actas de calificaciones que dos obtuvieron egregie (insigne), dieciséis optime (muy bien), tres fere optime (casi muy bien), uno sólo bene (bien). Los maestros ordinarios de los alumnos fueron considerados entre los mejores, indicando con ello que los estudios literarios no habían perjudicado a los estudios teológicos; y se dispusieron a comenzar las clases. El reglamento de la casa, todavía sin imprimir, fue leído solemnemente a los alumnos, estando presentes todos los superiores con don Bosco. Además, en cada una de las aulas, la primera hora de clase estaba dedicada a dar una lección sobre la importancia de los estudios, los medios para lograr ventajosos y duraderos progresos, la necesidad y el mérito de una buena conducta, la obediencia para corresponder a los cuidados de los profesores, sin olvidar los puntos principales, a saber: la eterna salvación del alma, el amor a la Iglesia, la obediencia al Papa y la vocación al sacerdocio. Los profesores, cualquiera que fuese la materia que trataran, hablaban animados por el espíritu de don Bosco. Siempre hacían digna mención de él. El clérigo Anfossi, al concluir su lección, exclamó ante sus discípulos del segundo curso de bachillerato: -íVosotros, amigos, estáis reunidos, para vuestra gran dicha, en el Arca de la preservación! En esta casa os preparó el Señor un padre, un siervo suyo para vuestra custodia. Con luz divina os apartará del mal, del abismo de perdición; con su santidad hará que os enamoréis (**Es6.582**))
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