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((**Es6.56**) Estaban todos embelesados en sus diversiones cuando, de pronto, Magone se alejó de los compañeros y, a la chita callando, se fue a casa. Uno lo vio y, temiendo que le pasara algo, lo siguió. Miguel, creído que nadie lo veía, entró en casa, no buscó a nadie, ni dijo nada a ninguno, sino que se fue derecho a la iglesia. El que le seguía lo encontró solito y de rodillas ante el altar del Santísimo Sacramento, rezando con envidiable recogimiento. Habiéndole preguntado después por qué había dejado a sus compañeros tan inesperadamente para ir a visitar al Santísimo Sacramento, respondió sinceramente: -Temo mucho volver a ofender a Dios, y por eso voy a suplicar a Jesús en el Sagrario para que me dé fuerza y me ayude a perseverar en su santa gracia. Sucedió otro curioso episodio por aquellos mismos días. Estaban ya una noche todos descansando, cuando oyó don Bosco llorar. Se asomó despacito a la ventana y vio a Magone en una esquina de la era que miraba al cielo y suspiraba llorando. -Qué tienes, Magone, te encuentras mal?, le preguntó. El, que se creía solo y suponía que nadie le veía, se desconcertó y no supo qué responder. Pero como don Bosco repitiera la pregunta, Magone contestó con estas precisas palabras: -Lloro al mirar la luna y las estrellas, que hace tantos siglos aparecen regularmente para iluminar las tinieblas de la noche, sin desobedecer nunca las órdenes del Creador, mientras yo, que soy tan joven, yo que soy un ser ((**It6.59**)) racional, que debía haber sido fidelísimo a las leyes de mi Dios, le he desobedecido muchas veces y le he ofendido de mil modos. Y dicho esto, se echó a llorar de nuevo; don Bosco lo consoló con unas palabras que calmaron su conmoción, y volvió a acostarse. Era ya la víspera de la fiesta del Rosario. Unos sesenta muchachos del Oratorio, los músicos entre ellos, llegaron a I Becchi, siguiendo el itinerario del primer grupo. La solemnidad del día siguiente fue sobremanera edificante, al ver a aquellos jóvenes acercarse tan devotamente a la sagrada mesa, junto con muchas otras personas de los alrededores. La música de la misa solemne y de la bendición con el Santísimo Sacramento resultó fervorosa y espléndida. Don Bosco predicó: Antes de la fiesta habían ido los muchachos a visitar algunos pueblecitos próximos a I Becchi, pero las grandes excursiones, como pomposamente las calificaron los alumnos, siempre estaban reservadas para después de la solemnidad del Rosario. Aquel año todavía,(**Es6.56**))
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