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((**Es6.536**) Don Domingo Ruffino y Don Juan Turchi, que estaban presentes y que oyeron el relato del sueño, nos legaron testimonio del mismo y los nombres de algunos de los que estaban sentados en la primera mesa. El 15 de agosto dejó don Bosco el Oratorio para ir a Strambino. Lo acompañaba José Reano, que dejó relación escrita del viaje. Tan pronto como don Bosco tomó asiento en el coche con otros viajeros, entró un hombre que por las trazas parecía un rico negociante. En seguida se puso a fumar, aunque estaba prohibido en aquel departamento. Pero antes de encender el cigarro pidió licencia a don Bosco, preguntándole si no le molestaba el humo. Contestó don Bosco que si iba a fumar un ratito, lo podría aguantar. El comerciante fumó un cigarro y en cuanto lo hubo acabado, se disponía a encender otro. Entonces don Bosco con su acostumbrada jovialidad, le dijo: -Perdone, señor, hasta ahora yo he hecho penitencia por usted tragando su humo; ahora desearía que hiciera usted un poco de penitencia por mí, no fumando. -Tiene usted razón, contestó el comerciante guardando el cigarro; y se entabló conversación entre los dos sobre Turín y otras cosas. Por último el comerciante llevó la conversación al tema de las Obras pías, de la caridad de los curas y finalmente del Oratorio de Valdocco y de don Bosco. Afirmaba que aquel buen sacerdote albergaba más de trescientos muchachos en su casa y que tenían allí una disciplina adaptada ((**It6.711**)) a su edad; y lo que más importa, la enseñanza de aquel Hospicio era buena y buena también la educación, pues se enseñaba la ciencia y la moral. -íUn día -exclamó- quiero ir a ver esa casa y aquellos muchachos! Don Bosco escuchaba sonriente y callaba. El tren llegó a Montanaro, y el buen comerciante bajó. Entre Montanaro y Strambino subió otro viajero, que comenzó en seguida a hablar con don Bosco familiarmente, y no tardó en sacar a colación el tema de los curas, pero de distinta manera, diciendo de ellos que eran personas inútiles para la sociedad, que disfrutaban de sus prebendas y no seguían las máximas del Evangelio. Interrumpióle don Bosco con gracia: -Perdone, le gustaría a usted tal vez que no hubiese ningún cura en el mundo? -Eso no; íes evidente que debe haber una religión! -Entonces, cómo lo arreglaría usted? -Haría colgar los hábitos a la mitad. (**Es6.536**))
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