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((**Es6.517**) después por los católicos: ni elegidos, ni electores, le dio un buen asidero para quedar neutral en las luchas de los partidos. Comprendía, atendidos los tiempos, que el sacerdote tiene que ser el consolador de todos, y le convenía tener abiertas las puertas de todas las casas, para que, cuando fuera preciso, llamado o no llamado, pudiera entrar llevando los saludables consuelos de la religión. ((**It6.688**)) Monseñor Bonomelli escribió: <>.1 Sin embargo, a pesar de su prudencia, no pudo don Bosco quedar libre de las odiosas violencias de las sectas y ello porque no se trataba de política humana, sino de los sagrados derechos de la Iglesia, que él defendía denodadamente. Pero si aquellas violencias fueron para él fuente de bendición, no podemos afirmar lo mismo para los que las ordenaron y ejecutaron. Y nos parece que éste es precisamente el lugar oportuno para llamar la atención sobre algunos hechos, en los que se advierte que la justicia de Dios cargó la mano sobre los que más culpablemente habían intentado la destrucción del Oratorio. <> El comendador Carlos Luis Farini, el hombre de mano de hierro y corazón de piedra, firmó el decreto que sumió por muchas horas en cruel angustia, y casi diríase en moral agonía a los moradores del Oratorio; pero fue el último decreto de ((**It6.689**)) esta clase, según se cree, que firmó. Llegó al extremo de amenazar a don Bosco con la cárcel y tratarle de loco; pero unos meses después, en el año 1861, extenuado por la lucha sostenida para apaciguar las revueltas del sur de Italia y oponer resistencia a la anarquía, cayó de la cumbre del poder hasta un nivel tan bajo en la apreciación de sus propios cómplices, 2 Cuestiones religiosas, morales y sociales del día. Vol. VI, pág. 310. (**Es6.517**))
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