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((**Es6.469**) con que todos estaban conjurados contra las instituciones del Estado. Volcaron las ollas, hicieron abrir los armarios y llevaron su escrutadora mirada hasta la zafra del aceite y un saco de arroz. Es más, el caballero Gatti, que parecía el más celoso de los tres, vio una baldosa recién puesta, sospechó al punto, que debajo se escondía el cuerpo del delito y se colocó encima golpeando con el pie y escuchando a ver si sonaba a hueco. En el mismo lugar, al abrir una alacena, saltaron dos ratones, y don Bosco se echó a reír. -Por qué se ríe?, preguntó el señor Malusardi. -La verdad es que debería lamentar el derroche de autoridad y de dignidad que ustedes hacen con tan pueriles pesquisas; pero me río porque espantan a los ratones. Bajaron a la bodega en la que se registraron los rincones más obscuros, y también los toneles. Al ver una gran cuba, preguntó el señor Malusardi si estaba vacía o llena. -Desgraciadamente vacía, contestó don Bosco. Entonces él miró dentro, como si sospechara que estaba llena de dinero o de armas, o quizá también de conjurados, como el caballo de Troya. Disgustados y acobardados por no encontrar lo que buscaban, los tres exploradores se consolaban diciendo: ((**It6.625**)) -Se nos aseguró que en esta casa está el cuerpo del delito; por lo tanto, buscando, tendremos que dar con él. -Y yo les aseguro, añadió don Bosco, que en esta casa no hubo, ni hay cuerpo alguno de delito; por consiguiente no lo hallarán, aun cuando lo estén buscando hasta el día del juicio. De allí pasaron a inspeccionar detalladamente la iglesia, y los talleres, las salas de estudio; abrieron pupitres y mesas; no dejaron nada sin mirar y, por equivocación, o por exceso de celo, destaparon incluso las letrinas. Quedaban por registrar los dormitorios y se los llevó allí, manosearon las almohadas, revolvieron los jergones; pero los pobrecitos no lograron encontrar más que alguna pulga y llevársela consigo, a pesar suyo. Dieron las dos de la tarde y los muchachos, terminado su angustioso recreo, entraron: los aprendices en sus talleres y los estudiantes en sus respectivas aulas. Entonces los funcionarios suspendieron su indecorosa tarea y reanudaron el examen de los alumnos, dando muestras de ser más agradables. En este momento don Bosco los dejó y fue a tomar un bocado, pues estaba todavía en ayunas. Para actuar más libremente los examinadores se trasladaron a la (**Es6.469**))
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