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((**Es6.454**) Don Bosco es un hombre extraordinario y por tanto no se le puede juzgar por el mismo rasero que a los demás. A su vez don Bosco contestaba un sinfín de veces, de viva voz o por carta, a los que reprochaban su iniciativa: -Cuando yo sepa que el demonio ha dejado de acechar contra las almas también yo dejaré de buscar nuevos medios para salvarlas de sus insidias y sus trampas. El tercer plan, el de extender fuera de Turín su incipiente Congregación y confiarle un colegio de estudiantes, era uno de los más atrevidos para aquellos tiempos. La Providencia de Dios guiaba los acontecimientos, y el Ayuntamiento de Cavour le ofreció la dirección de su antiguo Colegio Municipal, cerrado hacía algún tiempo, y que quería volver a abrir. Casi al mismo tiempo, el canónigo Celestino Fissore, Vicario general y más tarde Arzobispo de Vercelli, le había dado a conocer su vivo deseo de que pensara en dirigir el Seminario Menor de Giaveno. Este Seminario, fundado poco después del Concilio de Trento y regido según las normas de sus sabios decretos, había sido durante casi tres siglos vivero del Clero, primero para la Abadía de San Miguel de la Chiusa, a la que pertenecía, y después para la Archidiócesis de Turín, a la que fue incorporado a principios del siglo diecinueve. Habían florecido en él por mucho tiempo los estudios de todo el bachillerato, únicos entonces en la diócesis destinados a promover las vocaciones. En los últimos años había mermado tanto el alumnado que el Seminario estaba a punto de ser cerrado y expropiado por el Gobierno. El clérigo Anfossi, que fue a visitarlo en 1859, quedó maravillado del silencio que en él reinaba, y le dijeron que no ((**It6.604**)) había más que unos veinte alumnos; estaban abandonados los estudios y su Vicerrector y Ecónomo a la vez, sólo para los asuntos internos, el teólogo Alejandro Pogolotto, vivía en un palacete contiguo. El verdadero Rector, representante de la Curia y con plena autoridad, era el arcipreste canónigo de la insigne Colegiata de San Lorenzo. A él correspondía la aceptación de los alumnos, la alta vigilancia y la administración de los bienes del Seminario y de las pensiones. Los siete profesores del Seminario residían en el Colegio, pero no tenían más cometido que la enseñanza; y hacía un año que no percibían sueldo alguno, porque las rentas no daban lo necesario. Había dos clérigos encargados de la vigilancia, disciplina y estudio, y uno de ellos tenía que substituir al profesor de las clases elementales, cuando por cualquier motivo no pudiera ir a clase. Estas eran tres; iban a (**Es6.454**))
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