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((**Es6.438**) Un registro en el Oratorio de San Francisco de Sales. No pasa día sin que, en esta bendita tierra de la libertad, no tengamos que registrar el arresto de obispos o cardenales, el procesamiento o encarcelamiento de párrocos, canónigos o simples sacerdotes, o, por fin, algún registro domiciliario. El sábado, a las dos de la tarde, tocóle la vez al gran conspirador, el sacerdote Juan Bosco, el cual, como todos saben, conspira dando amparo a la miseria, asilando y educando a los hijos de los pobres obreros, y desgastando sus fuerzas en el ejercicio de la caridad y en el ministerio sacerdotal. Imaginó el fisco que en el Oratorio de San Francisco de Sales iba a encontrar papeles que interesaran a las cuestiones fiscales. Y envió una cuadrilla de alguaciles, capitaneados por un delegado de la seguridad pública y dos abogados inspectores, con la orden de proceder a un minucioso registro domiciliario. Estaba precisamente don Bosco gestionando la aceptación de un pobre muchacho, recomendado por el ministro, cuando llegó la inesperada visita. Recibió con su acostumbrada afabilidad a los encargados de la ((**It6.583**)) fuerza pública y, aunque había mucho que decir sobre la legalidad de la orden, sin embargo, desplegó de par en par ante sus ojos los papeles y las cartas que había en su habitación. El registro duró desde las dos hasta más allá de las seis de la tarde y el sacerdote Bosco, que a aquella hora tenía que ponerse a confesar por ser sábado y víspera de Pentecostés, se vio obligado a atender las operaciones de la policía. Y asistió a ellas con la jovialidad que es hija de la conciencia tranquila, tratando de sacar fruto de aquellas horas de ocio involuntario con alguna consideración oportuna y cristiana, reflexión que hizo a los policías, y demostrando a los abogados no ser muy gloriosa la empresa a que se dedicaban. Huelga decir que fueron inútiles los más minuciosos registros. No son los sacerdotes los que conspiran, lo saben muy bien los ministros. Algo dieron que pensar a los guardias dos papeles de entre los muchos de don Bosco. En uno se encontraba una máxima demasiado clerical. Pero se llegó a descubrir que era de Marco Aurelio. El otro era un Breve del Papa al sacerdote Bosco, pero resultó que aquel Breve ya había sido publicado por la prensa. Pasadas las seis, la policía abandonó el Oratorio de San Francisco de Sales, entregando a su Director la siguiente declaración. Que es la misma que hemos consignado más arriba. Los periódicos copiaban los juicios de Armonía, pero la prensa sectaria de todas partes gritaba contra la Casa y la Obra de don Bosco con el pérfido intento de azuzar al pueblo contra él. Con mayor saña y veneno, la Gaceta del Pueblo no titubeó en volver a la carga escribiendo: <> No menos groseras eran las expresiones con que rellenaba otros (**Es6.438**))
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