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((**Es6.435**) En cumplimiento de la respetable ordenanza de hoy, dictada por el ilustrísimo señor Jefe de Policía de Turín, abogado Chiapuzzi, por la que se mandaba proceder a una minuciosa inspección domiciliaria en dicha casa, nosotros los abajo firmantes Sabino Grasso, delegado de Policía, Esteban Túa, abogado, y Antonio Grasselli, abogado, inspectores, el primero de la zona Borgo Dora y el otro de la de Moncenisio, y con la escolta de guardias de seguridad, nos hemos presentado en la susodicha localidad, donde, llegados ante la presencia del citado sacerdote don Juan Bosco, se notificó al mismo la finalidad de la visita y después, en consecuencia, se pasó con su concurso a una diligente inspección de todos los rincones, escondrijos, papeles y libros existentes de las dos estancias que sirven de habitación del mismo; pero, pese a las más minuciosas pesquisas, no se encontró nada que pueda interesar a los fines fiscales. De cuya operación se da cuenta con la presente acta, que para su confirmación fue firmada por todos los que intervinieron, anotando que se entregó una copia exacta al ya mencionado sacerdote, a petición del mismo. Firman: SABINO GRASSO, delegado -ESTEBAN TUA, abogado inspector -ANTONIO GRASSELLI, abogado inspector. ((**It6.579**)) Hacia las seis y media se marchaban del Oratorio los famosos inspectores, llevando consigo a la Dirección General de Seguridad el original de la declaración; y los guardias levantaban el asedio. Apenas salieron, don Bosco fue objeto de las más afectuosas atenciones de sus queridos muchachos, que hicieron con él lo mismo que un día los ángeles en el desierto con el divino Salvador, cuando fue librado de ciertas asechanzas de las que nos habla el Evangelio. Uno le preguntaba si necesitaba algo, otro lloraba de alegría al verle libre, éste quería saber qué habían hecho y dicho aquellos señores durante aquellas larguísimas horas, aquél condenaba la extraña acción y así por el estilo. El, sereno y con la sonrisa en los labios, respondía a unos, consolaba a otros, mandaba callar al que murmuraba e invitaba a todos a dar gracias a Dios, que los había considerado dignos de padecer algo por su amor. Esta fue la primera inspección, que no alcanzó más resultado que el de satisfacer el bolsillo de algún espía del Gobierno, calmar la venganza de algún delator y molestar a la casa. Quedaba claramente demostrada la inocencia de don Bosco y la de todos los que vivían en el Oratorio. El acta, cuya copia se guardó en nuestros Archivos, hubiera debido convencer a ciertos representantes del Gobierno para dejar en paz a don Bosco; pero, desgraciadamente, no iba a ser así. Don Bosco había salido incólume del primero y duro aprieto, ya que la finalidad de la visita policíaca era ni más ni menos la de hallar un pretexto para acabar con su obra. Pero las oraciones de millares de almas buenas desbarataron los deseos de los pecadores. El carpintero Coriasco, apodado Juanín, que vivía en su casita (**Es6.435**))
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