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((**Es6.284**) quería saludarme con un disparo de escopeta, o que se trataba de algún guardia de la frontera, de esos que suelen echar el guante incluso en verano a ciertos hombres de bien para llevarme a ese lugar donde nadie paga pensión y que se llama cárcel. Sin embargo, me paré, me armé de valor y me volví diciendo: -Quién me busca? Quién me reclama? Yo no hago mal a nadie. -No temas. Vengo a buscarte para tu bien. No eres tú el Hombre de Bien? -Sí, así me llaman y por la gracia de Dios soy Hombre de Bien. -Eres tú el que trabajó en Magenta para dar de beber a los sedientos heridos y moribundos? -Sí, sí, pero yo no hice ningún mal. -Eres tú el que para vendar la herida a un capitán que perdía toda su sangre, te quitaste la camisa e hiciste vendas con ella para restañar la sangre de aquel infeliz que estaba en trance de perder la vida? -Sí, lo hice y volvería a repetirlo si fuere menester. -Aquel capitán me envía para darte las gracias. Reconoce que te debe la vida y en señal de gratitud ruega que aceptes este paquete. Imaginaba que fuera un paquete de medallas, por lo que lo acepté gustoso con intención de repartirlas a los valientes soldados ante la inminencia de la batalla. Pero al abrirlo me encontré quince brillantes ((**It6.371**)) napoleones de oro. -No, grité al instante, no los quiero; cuando hice aquella obra de caridad, cumplí con mi deber y las obras de caridad no se hacen por dinero. Pero aquel hombre ya había reemprendido su camino sin parar mientes en mis palabras. El capuchino me consoló diciendo: -Toma en hora buena este dinero como enviado por la divina Providencia. Cuando llegues a Milán, podrás hacer las deseadas provisiones. Tú realizaste una obra de caridad desinteresadamente, pero Dios inspiró a tu socorrido para ayudarte en tu presente necesidad. Estas palabras me tranquilizaron y me eché al bolsillo los providenciales napoleones. IV Milán -Las iglesias -La montaña de mármol -Los cafés -Panorama de Marignano. Siguiendo mi camino llegué a Milán, que me pareció una ciudad muy bonita. Pero las calles y las plazas no son tan bonitas como las de Turín. Las nuestras son rectas, bien encuadradas; allí son torcidas y con recovecos por todas partes. Pero las iglesias son más hermosas que las nuestras. La catedral parece una alta montaña de mármol fino labrado con maestría. Ganamos a los milaneses en la elegancia de los cafés y en el lujo de la plaza Carlina, donde abunda toda clase de buenos vinos. También hay caballos de bronce con una cabeza mayor que la de los nuestros, pero no tienen el caballo de mármol. Pasé en Milán todo un día de fiesta; y, como hacía tiempo que no había tenido oportunidad para arreglar los asuntos del alma, aproveché la ocasión para cumplir con mis devociones. Al lunes siguiente hice las provisiones necesarias para mis refrescos y me puse en camino para alcanzar a los ejércitos. Llegué a Marignano cuatro días después de la batalla que se dio allí y vi todavía los espantosos restos de aquella jornada. Estaba el (**Es6.284**))
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