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((**Es6.263**) El malhumor aumentó cuando don Bosco se vio obligado a no enviar a las clases de teología del Seminario y a retener en casa a algunos clérigos, absolutamente necesarios para atender las clases de los muchachos. Aunque había hablado de este asunto con el Vicario General, recibió un aviso, que sonaba a reproche, de la Curia arzobispal, como si él quisiera en este caso sustraerse a las disposiciones emanadas de la autoridad eclesiástica. Pero el Siervo de Dios o tenía que servirse de sus propios medios, es decir, de aquellos clérigos, ya que no podía encontrar otros profesores, o resignarse a suspender su obra, en lugar de desarrollarla y ampliarla como estaba firmemente decidido a hacer. La Curia concedió la dispensa pedida después de oír sus razones; y don Bosco recomendó con insistencia a dichos clérigos-maestros que estudiaran a fondo los tratados, impuestos por el programa del Seminario, y los enviaba regularmente a examinarse en la Curia. Y no los dejaba abandonados a sí mismos, pues el teólogo Berta les daba clase en su propia casa los domingos y días de vacación. Pero todos los demás clérigos, que no estaban dedicados a las escuelas del Oratorio, los tuvo sometidos, sin excepción durante muchos años, a los reglamentos diocesanos. Murmurábase también que los clérigos de don Bosco, distraídos por sus variadas y graves ocupaciones, no podían alcanzar la ciencia teológica necesaria. <> ((**It6.443**)) Los registros de las calificaciones, por ellos obtenidas en los exámenes, son una prueba de esta afirmación. Había también quien miraba con ojos recelosos y desconfiados y se decía que don Bosco, al quedárselos consigo y para su pequeña Congregación, quitaba a la diócesis los sujetos más capaces y de mayores esperanzas. No se quería comprender que era muy lógico que retuviera a aquéllos con los que más podía contar. Por otra parte, mientras privaba a una diócesis de un sacerdote o de un seminarista, sacaba por su medio para el seminario, gratuitamente o a pensión reducida, todo un centenar de sujetos, que sin don Bosco, no hubieran podido emprender los estudios, y los hubiera perdido la Iglesia. Pero ciertas mentes celosas no podían convencerse de ello, estando como estaba el porvenir sólo en las manos de Dios. Por eso tendían asechanzas, que ellos juzgaban actos de caridad, a aquellos (**Es6.263**))
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