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((**Es6.25**) cuando se nos manda algo, tranquilicemos enseguida nuestro corazón y obedezcamos con prontitud, porque Dios estará con nosotros. Iba el rey Saúl a entrar en batalla contra los filisteos y díjole el profeta Samuel: -Ve al campo y espera allí hasta que yo llegue para ofrecer un sacrificio y guárdate de empezar antes la batalla. Fue Saúl, aguardó, pero Samuel tardaba en llegar, avanzaban ya los enemigos y sus soldados retrocedían por no poder entrar en combate mientras no estuviese ofrecido el sacrificio. Entonces, al ver Saúl que su ejército empezaba a desbandarse y que Samuel no llegaba todavía, mandó preparar la víctima, y usurpando el oficio de sacerdote, ((**It6.16**)) sacrificó él mismo la víctima. Mas, apenas terminado el sacrificio, llegó Samuel, y al ver éste que Saúl, contraviniendo su mandato, había sacrificado, le dijo indignado: ->>Qué has hecho, Saúl? -Lo hice porque veía que tú no llegabas, respondió Saúl. El enemigo avanzaba más y más contra nosotros y los nuestros se daban a la fuga; sólo por esta razón ofrecí el sacrificio. -Inique egisti, inique egisti: has obrado inicuamente. -Pero ya íbamos a ser derrotados y aniquilados sin remedio. No había tiempo que perder. -Has obrado inicuamente. Te había mandado esperarme y no lo has hecho, obraste inicuamente. Por lo tanto, cuando por cualquier motivo se nos manda alguna cosa, obedezcamos. Para probaros cómo premia Dios al obediente aún en este mundo, voy a contaros un bonito ejemplo que nos relata san Gregorio Magno. Se lee en la vida de san Benito que este santo mandó un día a uno de sus queridos discípulos, a los que enseñaba el camino del paraíso, y que se llamaba Plácido, a sacar agua con un pozal en un riachuelo cercano. Fue el joven, pero el pobrecito, ya fuera porque puso el pie en falso, ya fuera porque el pozal lo venciera con el peso, cayó al agua y, junto con el pozal, era arrastrado por la corriente. Al ver esto san Benito desde una ventana, llamó al momento a otro discípulo, Mauro, y le dijo: -Ve a sacar a Plácido del agua, pues acaba de caer al río y la corriente lo arrastra. Mauro, acostumbrado a obedecer, sin mirar al peligro, corrió al punto y, al llegar a la orilla del río, se echó a andar sobre las aguas como si fueran tierra firme, se acercó a Plácido que estaba luchando contra la corriente, lo agarró por los cabellos, lo sacó afuera y volvió a la orilla sin mojarse siquiera los pies. Añade el mismo san Gregorio Magno que Mauro no se dio cuenta de que había caminado sobre las aguas, no advirtió el peligro de ahogarse, al que se había expuesto. He aquí como Dios premió la obediencia pronta. Acabado el mes de mayo, don Bosco, no sabemos por qué motivo, colgó en la pared de su habitación un cartón, en cuya parte superior estaba litografiado el ((**It6.17**)) polvorín, pocos momentos después de la explosión del año 1852, visto desde la plaza de Manuel Filiberto, con las tropas que acudían con el rey. En la parte inferior se veía el retrato de Pablo Sacchi, y a sus lados había pegado don Bosco dos estampas de la Virgen, que tenía en sus brazos al Niño Jesús.(**Es6.25**))
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